La triple carga de la malnutrición: un problema económico, social y político
25 Sep 2022 | Spanish
La triple carga de la malnutrición —el sobrepeso por exceso, la desnutrición y la falta de micronutrientes— también es un problema triple, tanto económico, como social y político. Este fue el concepto fundamental que surgió ayer en la conferencia celebrada en Terra Madre Salone del Gusto 2022 (del 22 al 26 de septiembre, Turín, Italia) en el espacio dedicado al tema Alimentación y salud, organizado junto con Reale Mutua.
Hasta hace unos años, se consideraba que la triple carga de la malnutrición era un fenómeno localizado en los países pobres, pero actualmente la obesidad, la diabetes tipo 2 en los jóvenes y la malnutrición invisible también están aumentando en las grandes ciudades y en países con un PIB alto. A partir del último informe de la FAO The State of Food Security and Nutrition in the World («El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo») sabemos que entre 2020 y 2021 hubo 46 millones de personas más que padecieron hambre, 3.100 millones de personas (el 38 % de la población mundial) no pudieron permitirse comida saludable en 2020 y en 2030 670 millones de personas seguirán luchando contra el hambre.
Antonella Cordone, especialista senior en nutrición en el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), recordó estas cifras mientras afirmaba lo siguiente: «Está claro que hay algo en las políticas gubernamentales que no funciona, porque las inversiones no están ayudando a frenar el hambre. A nivel mundial, los apoyos para la alimentación y la agricultura ascendieron a 630.000 millones de dólares entre 2013 y 2018, pero estos recursos, paradójicamente, tuvieron un impacto destructivo en los mercados, pues impactaron negativamente en los pequeños productores locales y no lograron implementar mejoras. Por eso, los gobiernos deben renovar sus políticas, sobre todo teniendo en cuenta que un tercio de los alimentos que se producen en el mundo provienen precisamente de pequeños productores que no reciben ningún apoyo y que son excluidos por los mercados». Antonella añadió: «La desigualdad está aumentando, las mujeres de las áreas rurales sufren y, puesto que la deficiencia de nutrientes se transmite de madre a hijo, corremos riesgos a largo plazo. El mismo problema sucede con los pueblos indígenas, que transmiten sus conocimientos tradicionales, pero no reciben incentivos».
Desde 2009, el FIDA ha colaborado con Slow Food, sobre todo apoyando la Red Terra Madre Indígena con muchos proyectos sobre biodiversidad agroalimentaria cuyo objetivo es precisamente crear oportunidades para las comunidades locales.
Slow Food también tiene muchos proyectos que defienden y promueven la biodiversidad agroalimentaria, una cuestión que enfatizó Andrea Pezzana, director de nutrición clínica de la autoridad sanitaria de Turín y consultor sobre alimentación y salud de Slow Food. «Normalmente otorgamos un valor ecológico y medioambiental a la pérdida de la biodiversidad», afirmó. «Pero la biodiversidad también tiene un valor nutricional. Nuestras acciones tienen consecuencias también para el plancton y las bacterias, que afectan a toda la cadena alimentaria. Perdemos moléculas nutritivas antes incluso de que sepamos acerca de ellas: Cientos de diferentes tipos de plantas producen diferentes nutrientes según los ecosistemas en los que crezcan. Si ayudamos a las comunidades locales y a los pueblos indígenas a redescubrir las semillas locales y los conocimientos tradicionales de la agricultura, no solo lograremos una hazaña medioambiental, sino que también podremos recuperar nutrientes que son beneficiosos para nuestra salud».
Pezzana fue uno de los colaboradores del Documento de posición sobre alimentación y salud de Slow Food, que publicamos a principios de este año.
«El sistema alimentario mundial está creando una dieta de mala calidad», afirmó Corinna Hawkes, directora del Centro de Política Alimentaria de la City, de la Universidad de Londres. «Debemos entender que lo que necesitan los niños desnutridos y sus madres es un entorno alimentario saludable. En lugar de eso, los alimentos procesados están siempre en todos lados y son fácilmente accesibles, mientras que otros aspectos económicos dificultan tomar la elección correcta: La población pobre de algunos países vive en casas sin nevera, debe cocinar con leña y no tiene agua limpia. De modo que hay una combinación de entornos sociales y económicos que crean una situación dañina: se prepara solo una comida con muchos carbohidratos y la monotonía crea problemas de desarrollo en los niños, como el raquitismo. Si resulta más fácil y barato comprar alimentos ultraprocesados, hay una carencia de nutrientes y variedad». Concluyó: «Por eso debemos darnos cuenta de que necesitamos protección social. Necesitamos inversiones económicas y normas estrictas para impedir la comercialización multinacional de alimentos».
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