Resistencia y Resiliencia en el Altiplano Boliviano

En el Arca del Gusto existe un producto llamado Ajara, que a pesar de estar lleno de nutrientes y beneficios es un cultivo subutilizado que crece de forma silvestre en Bolivia, pero que a su vez representa la identidad y herencia de los pueblos indígenas de la región en la cual se encuentra. Es un ingrediente que vale la pena proteger y que ahora cuenta con su propia defensora, Lizet, quien se encarga de que no caiga en el olvido. 

Lizet Bautista Patzi se define identitariamente como indígena, cocinera y miembro de la ancestral cultura Aymara, pueblo que ha vivido durante siglos en la cercanía del lago Titicaca, ubicado entre Perú, Bolivia, el norte de Chile y el noreste de Argentina.

Con el camino cursado, Lizet mejoró sus conocimientos relacionados con los derechos de los pueblos y las mujeres indígenas, adquirió herramientas de defensa a nivel internacional y desarrolló su propio proyecto comunitario al que llamó «Semillas de Vida», que fue seleccionado y financiado por el FIMI. 

Su proyecto se centra en la protección y valorización de la Ajara – una semilla ancestral de la región en peligro de extinción – y en la concienciación de los agricultores y las agricultoras sobre la introducción de semillas modificadas, los productos sintéticos y la seguridad y soberanía alimentaria.

La Ajara es una planta herbácea anual de 30 a 100 centímetros, rica en fibra y con un índice glucémico bajo pero al mismo tiempo muy energético. 

Es un pseudocereal que se puede almacenar para su conservación, por lo que se puede consumir durante todo el año, garantizando así la sostenibilidad alimentaria en las regiones donde se cultiva. Se consume tradicionalmente en forma de pito (ajara pulverizada mezclada con agua), y sus hojas tiernas se utilizan también en ensaladas y sopas. Los granos lavados y molidos pueden implementarse en recetas como la «kispiña negra» (galleta andina en Aymara). Uno de los platos tradicionales de los habitantes del altiplano. En las épocas de lluvia e invierno, es la Lawa de Ajara, que, además de nutrir, ayuda a mantener el calor. 

La comunidad ha compartido este conocimiento con el movimiento Slow Food en un esfuerzo por proteger la información y a esta planta. 

Sin embargo, este patrimonio debe ser salvaguardado y protegido de los grandes intereses comerciales que podrían replicar sistemas poco virtuosos para las comunidades, como sucedió con la quinua y otros superalimentos «descubiertos» por Occidente. De hecho, la comunidad se está preparando, y el primer paso de Lizet fue crear conciencia sobre la importancia de esta planta y su protección por parte de la comunidad.

Gracias a Lizet, joven aymara y cocinera, hoy la Ajara forma parte del Arca del Gusto de Slow Food, un proyecto que se compromete a identificar los productos en peligro y a crear las condiciones adecuadas para protegerlos y salvaguardarlos. Y ha iniciado un efecto dominó: su comunidad ha fundado una Comunidad Slow Food para defender este producto y difundir los principios y la filosofía del movimiento Slow Food y de la Red Slow Food de Pueblos Indígenas a otras comunidades cercanas.

 

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