Shannon Eldredge
Crecer con un padre pescador
United States | Massachussetts | Chatham
Shannon Eldredge se hizo grande con un padre pescador. Ahora es copropietaria de la (Community Supported Fishery) de Cape Cod, miembro del Consejo de administración de la asociación Women of Fishing Families (Mujeres de familias de pescadores), presidente del consejo de la Alianza marina para el Noroeste Atlántico, y educadora a tiempo completo en el Museo marítimo de Cape Cod en Hyannis.
«Crecí en Chatham, Massachussetts. Mi primer recuerdo acuatico se remonta a la infancia, cuando, durante una de las habituales excursiones familiares por la isla, atravesé una llanura de marea en Monomoy sobre las espaldas de mi padre. Había allá centenares de cangrejos reales desfilando justo por el punto exacto que debíamos atravesar para alcanzar la otra parte. Los cangrejos reales son como pequeños tanques con unas patas y unas pinzas espeluznantes y un enorme aguijón por cola. Ahora los recogemos en nuestras esclusas y yo puedo tocarlos sin saltar por el espanto, pero siempre recordaré este mi primer encuentro con aquella barrera de cangrejos reales en Monomoy.
Mi padre usa la técnica de esclusas desde hace casi 50 años. Es su técnica de pesca principal, pero no la única: durante el verano recoge moluscos, en otoño pesca vieiras y utiliza amplias redes para los bacalaos en invierno. Recoge, además, diversos tipos de mejillones, y el año pasado fue miembro de la tripulación de un pesquero. Usa muchas técnicas de pesca, pero las esclusas son sus preferidas.
Lo más bello de ser hija de un pescador es la certeza de que mi padre es el hombre más fuerte del mundo y puede construir o reparar cualquier cosa. Es un genio de la ingeniería, resultado de años y años de trabajo y reparaciones en las barcas, construcción de esclusas y de otros aparejos, y arreglos de cualquier cosa necesaria para descargar el pescado en nuestro muelle. Es además comandante y meteorólogo sin haber asistido a la escuela. De hallarme sobre una isla desierta bien desearía yo a mi padre por compañía; él no solo nos permitiría sobrevivir, sino que construiría aun una embarcación para llevarnos a casa de nuevo.
Cuando era chica, al principio especialmente, odiaba el olor que a mi padre perseguía por doquier cada vez que iba yo a buscarlo al muelle. ¡Qué asco! Después, ya adolescente, mis padres discutían a diario sobre los esfuerzos que se veían obligados a emplear para afrontar los reglamentos de pesca. Yo hubiera preferido no oír más nunca hablar de la pesca. Ahora, a la edad de 30 años, al trabajar con mi padre día a día, lo peor de ser hija de un pescador es la certidumbre de que jamás lograré adquirir el conocimiento sobre la pesca acumulado por mi padre a lo largo de su vida. No creo que él tuviera posibilidad alguna de elección: su educación comenzó muy temprano, cuando iba a pescar con trampas junto a mi abuelo. Mi padre jamás me obligó a ocuparme de sus tareas, y de esta forma los primeros rudimentos sobre la pesca los aprendí relativamente tarde en mi vida. Todavía tengo poca experiencia y él está envejeciendo: me parece demasiado tarde para aprender lo que él a mi edad ya sabía. A su vez, le estoy sumamente agradecida por lo que ahora vivimos juntos. No tantas mujeres pueden declarar haber trabajado junto a su padre, aprendiendo una práctica antigua hoy en vías de extinción.
Mis padres quisieron que yo fuera a la universidad, pero me dejaron de inmediato claro que no disponían de mucho dinero para ello. De esta forma, todos los veranos los moluscos me garantizaban la asistencia a la universidad. Mi padre negoció para contar con una barca, me enseñó a usar una brújula, y no fallé. Durante aquel periodo no tenía yo intención alguna de entrar seriamente en el mundo de la pesca, pero en aquella mi primera experiencia laboral adquirí una increible autodisciplina, que atesoré para la universidad. Trabajé duro en los estudios y raramente fallé en un examen. Todo comenzó con el ejemplo recibido de mis padres: mi madre se dedicó a la recolección de almejas durante un tiempo, enseñándome así que yo no necesitaba de nadie para salir adelante. Mi padre, por su parte, poseía una ética del trabajo hercúlea. Ambos tienen una gran fuerza de voluntad.
Después de haber pescado moluscos, y en el periodo entre la universidad y la escuela de especialización, la marea roja golpeó Chatham y la pesca de crustáceos se hizo imposible. Mi padre me instruyó entonces en otro tipo de labor: empacar pescado y formar parte de la tripulación del pesquero durante la primavera. ¡Y allí quedé conquistada! Desde aquel momento he pescado con mi padre siempre que he podido, y así ha sido durante muchos años. Viajes de un día o de un mes de tránsitos por el mar. Me enamoré de la pesca. Creo que la influencia de mi padre sobre mi opción profesional haya sido casi genética. La pesca corre por nuestras venas.
Las familias pescadoras son esenciales para el sistema alimentario de la sociedad aun cuando sean una especie en vías de extinción. Las reglamentaciones sobre la pesca causan hoy en Inglaterra una disminución de las tripulaciones, suplantadas por actividades industriales de gran escala que exportan el pescado al extranjero. Los pescadores y sus familias se ven expulsados de la ocupación, y los recursos marinos locales comienzan a agotarse.
Una de las soluciones para tal problema radica en la transformación del mercado: es necesario que los consumidores exijan productos de pesca locales, además de pescado de temporada proveniente de pequeñas pesquerías sostenibles. Los pescadores han de exigir precios justos para sus productos a intermediarios, revendedores y distribuidores. Pescadores y consumidores pueden colaborar en el CSF (Community Supported Fisheries), y crear una relación de venta directa, caracterizada por la transparencia de la cadena de suministro y por un precio justo del pescado para ambas partes.
El asunto es comprender a quien se preocupa de la pesca, y los consumidores deberían pensar en esto cada vez que se sientan frente a un gustoso plato de mar cocinado según las antiguas tradiciones de Cape Cod».