Sobrepesca
En los últimos 30 años el consumo mundial de pescado se ha duplicado debido a múltiples causas: el aumento de la población mundial, las economías industriales pesqueras que no se responsabilizan de los costes ambientales y sociales, el aumento del poder adquisitivo en países con mercados emergentes, y un mayor conocimiento de los beneficios nutricionales del pescado.
Dada la creciente demanda y los grandes progresos tecnológicos en el sector, la pesca se ha convertido en una enorme industria mundial.
Durante los últimos 10 años, tanto las subvenciones como las inversiones en la tecnología han aumentado, de igual modo que el rendimiento en el mundo de la pesca se ha incrementado; no obstante, la producción global se ha estancado y en algunos casos incluso ha decaído, lo cual indica un desplome de las poblaciones de peces en todo el mundo. Al mismo tiempo, los peces de menor tamaño (incluidos los más jóvenes) y las especies que se encuentran en la base de la cadena alimentaria (que a menudo son devueltos al mar por su escaso interés comercial) constituyen un creciente porcentaje de lo que se pesca, ocultando así el hecho de que muchas de las especies más caras están en peores condiciones de lo que pueda parecer.
A pesar de ello, los gobiernos –especialmente en Asia, aunque también en Europa– utilizan importantes subvenciones para seguir prestando su apoyo, hasta los límites de lo absurdo, a flotas industriales que a menudo actúan sin control y lejos de las aguas nacionales.
Algunos de estos barcos pesqueros son auténticas industrias flotantes: utilizan sonares, aviones y satélites para localizar los bancos de peces antes de abalanzarse sobre ellos con redes de deriva o palangres de muchos kilómetros de longitud dotados de miles de anzuelos. Los peces capturados pueden congelarse o envasarse a bordo. Los pesqueros más grandes, que alcanzan los 170 metros de eslora, tienen una capacidad de almacenamiento equivalente a varios Boeing 747.
El problema de la sobrepesca surge del hecho de que, cuando se sobrepasan las primeras 200 millas náuticas que alejan a un barco de la costa de su país (zona de exclusividad económica de dicho país), el acceso a los recursos no está regulado. De esta forma, cualquiera que disponga de un barco puede ir a pescar y explotar los recursos marinos. La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, en vigor desde 1994, condiciona la libertad de pesca en alta mar a la voluntad de los estados para cooperar entre ellos con el objetivo de garantizar la conservación y una gestión adecuada de las reservas marinas; aún así, estas estipulaciones son poco más que palabras vacías.
Las consecuencias sobre la biodiversidad marina ya son visibles por lo que, si la gestión de la pesca no cambia radicalmente, esta biodiversidad se verá gravemente reducida de manera irreversible.
Por otro lado, el saqueo industrial de los mares amenaza directamente a las comunidades costeras, que dependen en gran medida de los recursos marinos, donde se pesca utilizando técnicas artesanales.
Será imposible revertir las tendencias actuales si no se reduce la intensidad de la pesca, si no se frenan las operaciones de gran parte de las flotas mundiales, y si no se introduce el principio de precaución en la normativa y en la legislación que regulan la industria pesquera. La FAO ya ha elaborado un Código de Conducta para la Pesca Responsable, pero falta voluntad política para aplicarlo. Esta reticencia es cada vez más incomprensible dado que las empresas del sector quiebran a un ritmo incesante mientras que el pescado continúa disminuyendo.