Después de dos años de debates y de diferentes reuniones no concluyentes entre gobiernos y Comisión Europea, el 27 de noviembre se ha llegado a lo siguiente: la autorización del glifosato ha sido renovada para otros 5 años, tal y como proponía la Comisión Europea y con el beneplácito de una amplia mayoría de gobiernos europeos.
No ha bastado con que la Organización Mundial de la Salud declarara al glifosato probablemente cancerígeno. No ha bastado con demostrar que los estudios favorables publicados por la Agencia Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) y la agencia correspondiente para las sustancias químicas (ECHA por sus siglas en inglés) sean el resultado de un copiar y pegar de estudios realizados por las mismas empresas productoras de glifosato. No ha bastado la moción del parlamento que solicita una prohibición absoluta para 2022 y restricciones inmediatas en el uso de la sustancia. Y tampoco han bastado las 1.323.431 firmas de ciudadanos europeos que han requerido la prohibición del glifosato.
Pero esto no termina aquí, la batalla no está perdida. De hecho, las cartas están cambiando sobre la mesa: hoy ya son numerosas las ciudades y regiones que han prohibido el glifosato. Como por ejemplo Brighton y Bristol en Inglaterra, que han votado para reducir el uso. O Barcelona, Madrid y otras regiones españolas que lo han prohibido en los espacios públicos. Además, algunos supermercados, en Alemania y en Luxemburgo, han retirado ya el pesticida de sus estantes.
Del tema del glifosato, así como de OGM, Política Agrícola Común, despilfarro alimentario, suelo y TTIP-CETA, se ha ocupado la oficina de Bruselas de Slow Food. Establecida en 2014, esta oficina cuenta hoy con dos personas que siguen los debates sobre las políticas europeas relacionadas con la alimentación, colaboran con organizaciones asociadas y participan en las reuniones para el diálogo entre las instituciones europeas y la sociedad civil para aportar las instancias de nuestro movimiento internacional. El desafío para los próximos meses será fortalecer cada vez más la red de Slow Food en Europa, implicando en ella a activistas y expertos para conseguir que las políticas alimentarias sean más buenas, limpias y justas.