«Está claro que para Slow Food la única alternativa al inmoderado uso de la química de síntesis es un claro cambio de mentalidad entre los consumidores y los productores, de forma que así también se transforme el modelo agrícola dominante. La cuestión no es sustituir una molécula química nociva por otra que lo es menos y seguir adelante con un tipo de agricultura de sustitución, la cuestión es cambiar el tipo de agricultura».
Hemos solicitado a Cristiana Peano, profesora adjunta de la Universidad de Turín (Arboricultura general y cultivos arbóreos) y consejera de Slow Food, que nos clarificara las ideas sobre el significado de la renuncia a los herbicidas de síntesis y cómo podemos construir un modelo agrícola que nutra sin dañar a los seres humanos, los animales y el medio ambiente.
¿Por qué abandonar el uso del glifosato?
Porque plantea serios problemas de índole ambiental, el primero de ellos la acumulación de la molécula en el suelo y los acuíferos, un fenómeno independiente respecto del tiempo de pulverización del herbicida. La otra cuestión tiene que ver con nuestra salud: el glifosato es un probable agente cancerígeno (LINK RICERCHE) y se encuentran residuos en las plantas y después en los alimentos que consumimos. Obviamente, este problema no existiría si se distribuye en presiembra, pero el daño ambiental seguiría siendo grave.
¿Por tanto, hemos de sustituirlo con moléculas menos nocivas?
En efecto, la dirección que ha tomado la investigación –y hay que dejar que la ciencia recorra su camino- es la sustitución de esta molécula por otras menos nocivas, aunque siempre derivadas de la química de síntesis. La alternativa real es el uso de técnicas agrícolas que permitan gestionar la gran cantidad de malas hierbas en los campos. Con la molécula química de síntesis se obtiene una completa eliminación de las malas hierbas, mientras que con la adopción de técnicas más sostenibles y respetuosas con el ambiente, con frecuencia no se consigue una total erradicación, pero sí el control de una población de malas hierbas que no compite con el cultivo principal, buscando así un equilibrio en términos de agroecosistema.
¿Cuáles son estas técnicas?
En el sector frutícola y hortícola existen alternativas al herbicida químico. Se pueden emplear mantillos con láminas de plástico –que también puede ser biodegradables- o con materiales naturales como paja, corteza o virutas de pino; la labranza de la tierra mediante azadonado (mucho más sostenible, aunque supone un aumento de los costes en mano de obra); la eliminación de las malas hierbas mediante técnicas de calor o fuego. Entretanto se está experimentando también con el agua en grandes volúmenes como herbicida, una acción física frente a las semillas de las malas hierbas. Ciertamente, con estas técnicas se produce un aumento de los costes de producción, porque hay que comprar nueva maquinaria, pero no es menos cierto que a largo plazo es más que factible también a nivel de costes.
En el ámbito de los cultivos herbáceos, y en particular todos los cereales, las alternativas citadas son o irrealizables o se encuentran en una fase demasiado precoz de experimentación, si bien el desherbado mediante fuego o con agua se están investigando. En estos momentos la única alternativa posible al glifosato en los cultivos herbáceos es el laboreo del terreno.
Recordemos un aspecto importante: aunque en la pulverización de glifosato sobre la falsa siembra (se prepara el lecho de siembra, crecen las malas hierbas, se pulveriza el glifosato y después se siembra sobre un terreno limpio), la molécula no entra en contacto con el cultivo principal, todos los problemas de acumulación en los suelos y los acuíferos persisten.
En síntesis, en fruticultura el glifosato ha sido sustituido ya en gran parte, no solo en el sector de la agricultura biológica sino tambien en el de la integrada, de hecho, en la gestión de fila e interfila de frutales, es aún más conveniente efectuar un desbrozado utilizando una trituradora desbrozadora, por ejemplo, en lugar de emplear el glifosato, entre otras cosas porque la acumulación de hierba cortada contribuye a la mejora del suelo mismo. En horticultura el glifosato es reemplazable, y se adopta cada vez más el mantillo, también porque una planta herbácea (como una hortaliza) puede ser víctima en sí misma del empleo químico. Un riesgo que, obviamente, evita el mantillo. Queda el área cerealística, donde aún se está experimentando.
Entonces, ¿por qué tanta resistencia a abandonar el glifosato?
Persiste aún la convicción de que hay que cultivar un terreno totalmente limpio, donde solo viva el cultivo principal, sin hebra alguna de hierba alternativa. Y esta es la cultura del glifosato, si bien podríamos comenzar a pensar que después de todo los cultivos principales pueden también convivir con otras plantas. Y aquí hay que introducir el concepto de nivel umbral, el límite a no superar para que el cultivo principal no se vea penalizado por otras plantas. Como decíamos al comienzo, es justo un cambio de mentalidad en la gestión de las plantas. Y podemos plantear la misma cuestión para el uso de antiparasitarios: existe un nivel en el que (nivel umbral) el insecto, el hongo, la mala hierba, pueden vivir sin disminuir el rendimiento del cultivo principal. No hay necesidad de una limpieza absoluta. Se puede crear un agroecosistema en el que todos los elementos convivan y alcancen el final del ciclo, incluso respecto de los resultados económicos.
¿Cuál es el compromiso por parte del agricultor?
Debe (re)conocer su campo y su cultivo, y recuperar la práctica de la observación. Porque para mantenerse por debajo del nivel umbral hay que observar la evolución de los insectos, de las malas hierbas, de los patógenos.
Se necesita un nivel de observación mucho más elevado que cuando se utilizan medios químicos, se entra en juego con plazos fijos y, independientemente de lo que se trate, se procede al tratamiento.
¿Y si la finca es muy grande?
Existen herramientas para fincas más extensas, existen técnicas de muestreo de información, se puede explotar todo el potencial de la agricultura de precisión (telecámaras, GIS, drones), y muestreo de áreas, tecnologías que permiten el control.
Para retornar a una mejor gestión del territorio y a modelos de agricultura más sostenible, hay que reconquistar un mayor conocimiento del territorio y entrar en la dinámica del crecimiento.