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13 Dic 2017

 width=Slow Food trabaja en un amplio espectro de proyectos que tienen un objetivo común en el marco social, cultural y medioambiental: defender el derecho al acceso a una comida buena, limpia y justa para todos como elemento esencial del bienestar de los individuos, de las comunidades y del planeta.

Somos una organización ambiciosa: queremos cambiar el mundo a mejor. Por ello, nos basamos en los esfuerzos de millones de simpatizantes, activistas y voluntarios de todo el mundo, que creen en nuestra causa común y trabajan cada día para avanzar hacia adelante. Slow Food no puede existir sin la movilización de toda esa gente, y nosotros buscamos el modo de apoyarlos para conseguir sus objetivos con el dinero que recaudamos a través de donaciones públicas y privadas, patrocinios y subvenciones de instituciones y fundaciones.

¿Cómo hemos gastado este año el dinero que recaudamos el año pasado? Nos hemos embarcado en el que quizás sea uno de los periodos más ambiciosos de nuestra historia y hemos descubierto un país sobre el que jamás habríamos soñado con poder tener influencia hace unos años: China. No tiene sentido luchar por un cambio global del sistema alimentario sin tener en cuenta el papel central de China, el país más poblado del mundo y el mayor emisor de gases de efecto invernadero. Por esta razón escogimos Chengdu, Ciudad de la Gastronomía de la UNESCO, como la sede del 7º Congreso Internacional de Slow Food.

China es también un país que ha sido testigo de una de las mayores migraciones de la historia, la de su propia gente, del campo a la ciudad. En 1990 solo un 26 % de la población china vivía en zonas urbanas, y ahora este indicador ha subido hasta el 56 %. Debemos conseguir que la vida rural sea más atractiva, más viable para los habitantes de la ciudad, y para ello nos hemos embarcado en un nuevo proyecto que planea crear 1.000 Aldeas Slow centradas en la producción agroecológica en colaboración con el Movimiento de Reconstrucción Rural.

Gracias a las donaciones que nuestros simpatizantes hicieron el año pasado, hemos podido difundir el mensaje de Slow Food a nuevos territorios de todo el mundo en 2017. Hemos celebrado nuestros primeros eventos importantes en Burkina Faso y en el Congo y, al mismo tiempo, hemos lanzado nuestro proyecto Slow Fish Caribe entre México y Colombia para promover la conservación del arrecife de coral y de la biodiversidad costera. También celebramos un evento de muestra de la biodiversidad americana en el Slow Food Nations de Denver, donde los pequeños productores ahora cuentan con la mayor plataforma que han tenido jamás para hacerse oír.

Hemos continuado con nuestro programa de educación alimentaria, también para adultos, pero sobre todo en colegios de Italia, África, Estados Unidos y muchos otros lugares. Estos programas están dirigidos a miles de estudiantes que tienen la oportunidad de aprender qué significa realmente producir alimentos y cómo nuestras elecciones alimentarias pueden cambiar el mundo.

Este año hemos sido capaces de crear un Huerto en África nuevo cada día, y cada uno de ellos supone un paso hacia delante en la lucha por garantizar la soberanía alimentaria del continente más pobre del mundo. El año que viene tenemos previsto crear muchos más, y seguimos luchando por conseguir nuestro objetivo de 10.000 huertos en África. Además, hemos añadido más de 650 nuevos productos al Arca del Gusto, expandiendo el mayor catálogo de alimentos en riesgo de extinción del mundo. Seguiremos buscando alimentos, variedades vegetales y animales en riesgo de extinción: este es el primer paso para concienciar al público de todo el mundo sobre un patrimonio colectivo intangible que debemos proteger.

En Europa, seguimos presionando a las instituciones nacionales e internacionales para conseguir cambios concretos en el sistema alimentario, en particular en la Política Agrícola Común, que asciende a un 40 % del presupuesto de la Unión Europea. Dado que solo el mercado europeo constituye la mayor economía del mundo, el impacto de su política agrícola tiene consecuencias que van mucho más allá de las fronteras de Europa y afectan particularmente a los países a los que exporta Europa. Slow Food trabaja en primera línea en Bruselas para hacer oír la voz de los pequeños productores en los niveles más altos utilizando métodos nuevos y creativos de presión a los gobiernos para convencer a los políticos de que introduzcan cambios. El año que viene necesitamos destinar más recursos todavía a esta actividad de importancia vital, ya que nuestros enemigos del lobby agroalimentario industrial refuerzan cada vez más su control sobre la cadena alimentaria.

Slow Food es muchas cosas para mucha gente, y nuestro carácter multifacético puede crear confusión incluso entre nuestros simpatizantes más íntimos, por no hablar del público general. Si bien puede parecer que apoyar un mercado de pequeños productores en Chile, celebrar una conferencia para jóvenes productores alimentarios y cocineros en Japón y llevar a cabo una campaña mediática para presionar a los políticos en Europa son actividades que no tienen mucho que ver, todas ellas se guían por el mismo principio: debemos cambiar nuestra forma de entender la comida. Ahora que el cambio climático ya no es una amenaza lejana, sino una realidad diaria que pone en peligro nuestra comida, es más importante que nunca pasar a la acción. Si actuamos todos juntos, nuestro colectivo será realmente capaz de cambiar el futuro de la humanidad y de nuestro planeta, empezando por los alimentos que comemos. Todo lo que hacemos transmite este mensaje, que debemos difundir: la comida puede cambiar el mundo. Si escogemos una comida buena, limpia y justa podemos crear un futuro mejor para nosotros, para la gente que produce nuestra comida y para el planeta que nos permite cultivarla.

 

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Cambiar el mundo a través de la comida

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