Slow Food Hero: una escuela de color para hacer frente al bloqueo
18 Nov 2021
Cynthia Robleswelch, junto con la comunidad de Slow Food Ñam ñam, cultura y educación del gusto Monterrey, pensó en los más pequeños y en las consecuencias del aislamiento. Ha elaborado una serie de recetas aptas para niños para que las familias puedan disfrutar y sobrellevar el lento ritmo de la cuarentena.
Tengo 46 años. Vivo en la pequeña ciudad de Monterrey con mi pareja Alfonso y mi hijo Rocco. Pero crecí cerca del mar, en Acapulco Gro, el paraíso tropical mexicano, y allí aprendí a vivir en estrecho contacto con la naturaleza. Trabajo como periodista independiente y soy empresaria social: tengo una empresa de productos de limpieza biodegradables, «Mama Rocco», y una asociación «Una scuola di colori» (Una escuela de colores) que se dedica a difundir la cultura de la alimentación.
Soy miembro de la red Slow Food desde hace más de ocho años y desde que conocí la filosofía del movimiento no he podido abandonarlo. Además, me ha dado la oportunidad de conocer a muchas personas con ideas afines y enamoradas de la vida.
Cuando estalló la pandemia, afortunadamente estaba en casa trabajando en varios proyectos educativos para difundirlos a distancia, vía social y fuera de ella. Estos mismos proyectos se convirtieron en la clave para apoyar a las personas que de repente se encontraban en casa, sin saber cocinar y sin poder salir a comprar alimentos o ir a un restaurante.
Empecé con una iniciativa que permitiera a las familias cocinar juntas, casi como una forma de aprender a convivir y pasar el tiempo lento del encierro. Organizamos clases en línea por redes sociales como Facebook e Instagram e hice convenios con el gobierno para desde sus redes poder hacer estas clases gratuitas.
También para festejar el día mundial de la alimentación y el día de la familia hicimos un convenio con una Fundación quien solventó kits de cocina con ingredientes, receta, mandil, recetario, juegos y laboratorios sensoriales para mas de 800 familias, estas se trasmitieron por las redes de la Fundación y las nuestras, también se diseño una campaña para incentivar el cocinar en familia.
Otro proyecto hermoso fue llevar a virtual nuestra exposición de fotografía interactiva, que originalmente arranco de manera presencial en para escuelas desde centros culturales de gobierno y con la Universidad Autónoma de Nuevo León. «Mi primera Vez» descubriendo y creando vínculos con el alimento fue el nombre de la exposición y si la quieren visitar esta es la liga esta totalmente gratuita y tiene juegos, contenido educativo y las preciosas fotos de Juan Rodrigo Llaguno y las esculturas de Cristina Brithingham. Para el desarrollo de este proyecto se involucraron chefs como Alan Paikes y Georgina Mayer, artistas visuales como Ivan e Isaac de trece y Zero y Ernesto Torralba.
Recibí apoyo del gobierno federal y con la Comunidad Slow Food Ñam ñam, cultura y educación del gusto Monterrey formamos alianzas con algunos gobiernos e instituciones culturales para llevar la misma iniciativa a los hogares de muchos otros niños en todo México.
La red de Slow Food en Colombia – liderada por Isha Ramírez – y en Uruguay – bajo el liderazgo de Diego Ruete – también se han unido al proyecto, creando una maravillosa red de colaboración dedicada a la educación. Estos proyectos nos han dejado definitivamente memorias que se quedan tatuadas en el corazón, fotos de muchas familias disfrutando a la distancia de un momento de paz y diversión familiar creando juntos el alimento y aprendiendo y reconociendo la identidad de nuestra patria a través del maíz, el cacao y otros alimentos deliciosos.
Mi sueño es que cada vez más adultos eduquen a los niños de forma responsable, empezando también por el mundo de la alimentación. Muy a menudo el ritmo frenético de nuestra vida cotidiana nos hace dejar de lado una de las partes más importantes de nuestra vida, la alimentación. Y así nos encontramos sometidos a las modas de la industria alimentaria y esclavos de los malos hábitos. Si las familias aprendieran a utilizar parte de su tiempo juntos también para aprender y reflexionar sobre los alimentos que ponen en la mesa, podría ser el comienzo de un gran cambio en todo el sistema alimentario.
Desde que realicé el primer taller con el único propósito de entretener a un grupo de niños, me he dado cuenta de que hay una necesidad innata en ellos de entender el mundo y conectar con él, de sentirse parte de él. Me gusta enseñarles que somos parte de la naturaleza y que la única manera de crecer y disfrutar de este mundo es abrirnos a conectar con ella, incluso cuidándola. Es importante entender, desde pequeños, que cada acción que realizamos implica una responsabilidad y tiene un impacto.
Aunque, a decir verdad, al final siempre son los niños los que me dejan y me enseñan algo. Y saber que puedo introducirlos en la filosofía de Slow Food me hace sentir parte activa del cambio que todos queremos ver en el mundo. Slow Food ha sido un regalo para mí, he encontrado grandes hermanos y amigos que me dan la certeza y la esperanza de que mi utopía se está haciendo realidad. Creo que una de las cosas que cualquiera que quiera replicar lo que nosotros hacemos es pensar en que la cocina es para todos y todos podemos y tenemos derecho a aprender sobre la gastronomía de nuestras regiones. Esa es una buena forma de empezar, primero investigando, conociendo lo que hay en tu localidad y empezar a abrirte a nuevos sabores, después ya estando en ese canal, el compartirlo con tus alumnos, amigos o familiares fluye solo. Convocar a los tuyos a rescatar las recetas familiares y replicarlas, darte oportunidad de hacer de estas recetas un tesoro para las nuevas generaciones trasmitiendolas desde tu hogar y muy sencillo con tu propio celular.
El trueque de recetas y el compartir con los niños estas experiencias transforman la manera en que las generaciones asumen el gozo de la cocina.
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