Slow Fish New Orleans: Puerta de entrada a las Américas
24 May 2016
David Beriss, miembro de Slow Food New Orleans y antropólogo de la Universidad de Nueva Orleans, participó recientemente en el evento “Slow Fish 2016: Puerta de entrada a las Américas”, organizado por Slow Food New Orleans. Aquí comparte con nosotros su percepción del evento.
«Escribía yo el mes pasado acerca de la existencia de movimientos centrados en la alimentación, sobre los que un escritor del Washington Post había sugerido no fueren una realidad. Ahora puedo confirmar que ese movimiento existe. Lo he visto yo mismo.
Hace unas semanas participé en «Slow Fish,» un evento organizado por Slow Food New Orleans y, a decir verdad, esto tiene todas las características de un movimiento. Slow Fish tiene lugar cada dos años, en la ciudad de Génova tradicionalmente. Este año el evento se celebraba en Estados Unidos por primera vez. Entre los participantes había pescadores, comerciantes de pescado, transportistas de pescado, procesadores de pescado, cocineros, activistas, científicos y estudiantes llegados de todo el mundo, aunque la mayoría parecía ser de Estados Unidos y de Canadá. Todos ellos se encontraban allí para discutir el estado de la pesca y de las pesquerías en el mundo, así como el contexto medioambiental, económico, político y cultural que convierte a los peces en alimento para millones de personas.
En principio, yo no me veo a mí mismo como una suerte de experto en la pesca, pero vivo en Nueva Orleans, donde el pescado y el marisco ocupan el centro de nuestra vida culinaria. Uno de nuestros restaurantes locales airea el lema “los amigos no dejan a sus amigos comer pescado congelado” y su devoción por el pescado local es importante.
Por supuesto, también sé que nuestra industria pesquera local tiene problemas desde hace mucho tiempo. Competencia con las importaciones, los conflictos con la normativa medioambiental, los desastres como el del vertido de la BP: 2010 BP spill, la erosión costera y muchas otras cosas están aumentando las dificultades de las familias que viven de la pesca. No nos gusta reconocerlo, pero aun en Nueva Orleans existen restaurantes y tiendas de comestibles que venden pescados y mariscos importados en su mayoría.
Estas contradicciones son probablemente una buena razón para celebrar Slow Fish aquí. Sin embargo, resulta fácil quedar atrapado en debates locales y perder de vista que los problemas a los que nos enfrentamos son similares a los de otros lugares. Yo asistí al evento en busca del tipo de perspectiva global que preconiza Slow Food.
El lema sobre los amigos y el pescado congelado, por ejemplo, bien podría ser revisado. Los restaurantes que lo utilizan desean, obviamente, subrayar la importancia de comer pescado local; de forma que quedé sorprendido al escuchar que los delegados de Slow Fish abogaban por el consumo de pescado congelado, a cientos de millas de distancia a menudo. El tema formaba parte de un debate sobre “cadenas de valor”, un concepto utilizado para centrar la atención en todo el proceso de captura y distribución de pescado. Mi relación con un pescador significa que puedo estar relativamente seguro sobre los orígenes y la calidad del pescado que allí compro. También puedo asumir que la familia de pescadores a la que compro reciba la mayor parte de los ingresos de mis compras. Esa relación es una cadena de valor, aunque sea corta, en la que puedo confiar porque los participantes en ella: la familia de pescadores, los gerentes del mercado y, por supuesto, yo mismo, son todas ellas personas de confianza. Pero estas cadenas pueden ser más largas, con procesadores, distribuidores y minoristas entre los pescadores y los consumidores. No obstante, la cadena de valor funciona siempre y cuando la información y las relaciones involucren a personas reales. En lugar de depositar la confianza en las supuestas eficiencias de un anónimo mercado, el concepto de cadena de valor sugiere que sólo hemos de confiar en el producto que nos llega desde, y a través, de personas en las que confiamos, personas que pueden asegurarte que los alimentos cumplen con las normas de «bueno, limpio y justo» de Slow Food. Este énfasis en las relaciones entre las personas, y no con el producto, tiene para mí mucho sentido como antropólogo.
Además de llevarme a reconsiderar el hecho de la distribución, Slow Fish ha cambiado mi forma de pensar sobre los mismos recursos marinos. Durante mucho tiempo he asumido que los océanos del mundo eran territorio abierto que los pescadores recorrían más o menos a voluntad en busca de capturas, limitados al máximo por las normas territoriales de los gobiernos y las regulaciones medioambientales para la preservación de las pesquerías. Resulta, sin embargo, que algunas de estas regulaciones han conducido a una especie de privatización de los mares a través de la cual un puñado de empresas y organizaciones ambientales han logrado cambiar la forma de regulación y control de la pesca. Algunos de los debates más intensos en Slow Fish estuvieron centrados en los programas de “cuotas de captura”. Si bien los
detalles parecen variar, la característica central de estos programas es que la cuota (Total Admisible de Captura, establecido científicamente) total para diferentes especies se divide en porcentajes repartidos entre los pescadores individuales, barcos u organizaciones (otro término para esto sería el de “cuotas individuales de pesca”) que pueden capturar las especies. Las cuotas de captura están algunas veces disponibles para la venta, el arrendamiento o el intercambio, de forma que los pescadores pueden optar por vender sus derechos y dejar la labor de forma temporal o permanente.
Organizaciones ambientales como el Environmental Defense Fund y el “Nature Conservancy”, son partidarias de los programas de cuotas de captura, así como promotores de alternativas de mercado libre para los problemas sociales, que ven esto como una forma de trasladar la eficiencia del mercado para solucionar un problema ambiental. Entre los pescadores presentes en Slow Fish, sin embargo, la oposición a las cuotas fue feroz. La crítica se centró en la convicción de que las cuotas de captura han provocado una fuerte reducción del número de personas que hoy pueden sobrevivir gracias a la pesca. E insistieron en que este modelo orientado hacia el mercado está dando lugar a una toma de control corporativo de los mares. En lugar de pescadores individuales o propietarios de barcos que capturan una cuota, estas últimas, en algunos tipos de pesca, han sido todas ellas compradas por un único propietario de una flota o de una sociedad. En algunos casos los pescadores han de arrendar hasta el 80% del valor de su cuota de desembarco, y en otros son empleados con contratos de arriendo de las mismas sociedades, creando lo que en Slow Fish se denomina “servidumbre de la pesca”. Recientemente se han producido algunos escándalos que han implicado a propietarios de un gran número de cuotas. La marginación de los pescadores locales, la transformación de pequeños pescadores en auténticos aparceros de la pesca o marineros de grandes barcos empresariales, y la interrupción de los esfuerzos para eliminar la pesca accidental (o sea, la pesca no deseada de especies que mueren antes de ser devueltas al mar), fueron algunos de los más importantes detalles manifestados contra las cuotas de pesca.
Por supuesto, en Slow Fish las cuestiones formuladas y los temas debatidos fueron muchos más de los que puedo abordar aquí. Piscicultura, aquaponia, artes de pesca y sus respectivas regulaciones, los conflictos con la pesca deportiva, los esfuerzos por popularizar la denominada “morralla”, historias de familias de pescadores, procesamiento de la pesca, políticas de pesca, etcétera, formaban parte del programa.
A un nivel más profundo, obviamente, el evento estuvo dedicado no sólo a la pesca, sino a la humanización de las relaciones entre productores y consumidores de alimentos en formas que desafían a un sistema en el que, por el contrario, predominan los mercados anónimos y las grandes corporaciones. Y esto, que quede claro, es lo más parecido a un movimiento alimentario.”
Versión editada del artículo de David. El artículo original fue publicado por primera vez en Food Anthropology.
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