Semillas de controversia: desregulación en Europa, resistencia en el sur global

19 Mar 2025

Los acontecimientos de las últimas semanas parecen subrayar la progresión tangible de un ciclo que, hace solo unas décadas, podría haber sido imprevisto. Desde que las empresas de semillas comenzaron a promover los organismos genéticamente modificados (OGM), su uso real se ha expandido, particularmente en regiones donde los impactos sociales, ecológicos y económicos en el sistema de producción de alimentos probablemente han sido menos debatidos. Durante la última década, los datos indican que el cultivo de cultivos genéticamente modificados ha aumentado solo en ciertos países del Sur Global. Incluso en Estados Unidos, históricamente receptivo al cultivo y consumo de OGM, la superficie cultivada se ha mantenido sin cambios en los últimos años, mientras que ha disminuido significativamente en India y China. Sin embargo, sigue creciendo en algunos países de América Latina, como Brasil y Paraguay, y se ha expandido considerablemente en Pakistán.

Necesidad urgente de una respuesta firme de la sociedad civil en Europa

En las últimas semanas, sin embargo, ciertos acontecimientos han proporcionado probablemente una señal tangible de la necesidad urgente de una respuesta firme de la sociedad civil. En Europa, tras largas negociaciones, los legisladores aprobaron el inicio de debates oficiales sobre una propuesta para desregular la legislación sobre los nuevos OGM, que la anterior Comisión Europea había intentado diferenciar de los OGM tradicionales. Las negociaciones fueron tan prolongadas y complejas, con vetos y posiciones a menudo divergentes, que la aprobación final resultó en un documento aún peor, en el que la dilución de los mecanismos de control por parte de los Estados miembros ofrece una ventaja exclusiva y adicional a las empresas agroindustriales interesadas en producir estas variedades o ampliar su producción.

Ahora, la situación parece aún más confusa. Sin embargo, lo que sigue siendo claro e inequívoco es que se ha perdido otra oportunidad para proteger el sistema de producción agroalimentaria y avanzar en la necesaria transición agroecológica, ambos esenciales para la seguridad social y económica de muchas comunidades rurales en todo el mundo. La producción orgánica europea enfrentará mayores riesgos ya que, aunque el uso de variedades genéticamente modificadas sigue estando prohibido en la normativa de agricultura ecológica, los agricultores no tienen suficientes garantías contra el riesgo de contaminación en los campos donde los cultivos genéticamente modificados coexisten.

Líderes de Kenia, Filipinas y México contra los OGM

Mientras Europa avanza hacia la desregulación y el consecuente refuerzo de los modelos agroindustriales, en otras partes del mundo está emergiendo una tendencia diferente, en la que la experiencia con los organismos genéticamente modificados está llevando a decisiones opuestas. Recientemente, la Corte de Apelaciones de Kenia prohibió incluso la importación de productos genéticamente modificados (tras la decisión del gobierno en 2022 de prohibir el cultivo de variedades OGM). Aún antes, a mediados de 2023, la Corte Suprema de Filipinas bloqueó el cultivo del arroz dorado, una variedad de orígenes altamente controvertidos, citando la falta de información suficiente sobre su seguridad alimentaria.

Más del 80% de las variedades genéticamente modificadas son soja y maíz, rara vez destinadas al consumo humano, seguidas por el algodón. En estos tres cultivos, la modificación genética apunta principalmente a la resistencia a herbicidas, lo que conlleva un aumento en el uso de químicos, alterando el equilibrio de los ecosistemas y socavando los modelos de producción agroecológica. Su contribución a la pérdida de biodiversidad es evidente, con más del 70% de los campos de maíz, soja y algodón del mundo cultivados con variedades genéticamente modificadas.

Este contexto subraya la importancia de la decisión del gobierno mexicano de consagrar en su constitución una prohibición total del maíz genéticamente modificado, tanto antiguo como nuevo, después de haber permitido históricamente su cultivo. Para los mexicanos, el maíz es un cultivo tradicional con cientos de variedades locales en riesgo de contaminación por OGM, y su patrimonio cultural y social no puede ni debe verse comprometido.

Un panorama altamente fragmentado

Esto crea un panorama altamente fragmentado, con más sombras que luces y sin proporcionar una solución globalmente coherente alineada con la necesidad de conservar los ecosistemas a través de un sistema alimentario que respete la biodiversidad, la salud del suelo y la preservación de los recursos hídricos. Los OGM, tanto antiguos como nuevos, no están diseñados para alimentar a las personas y comunidades, sino para enriquecer aún más a la agroindustria, impulsada por la maximización del lucro sin relación alguna con la seguridad alimentaria global.

Una reciente inversión económica de multinacionales involucradas en la modificación genética de bananas, por ejemplo, ha llevado al desarrollo de un nuevo cultivar genéticamente modificado destinado a reducir la oxidación y extender la vida útil de la fruta. Esto demuestra claramente que los objetivos son puramente industriales, sin conexión con los agricultores que sostienen el planeta. Las innovaciones introducidas por el mercado de cultivos genéticamente modificados se centran constantemente en mejorar el rendimiento para garantizar beneficios crecientes a las multinacionales agrícolas a través de la explotación irracional de los recursos naturales. Esto contrasta directamente con la urgente necesidad de mitigar el impacto en los ecosistemas, algo que solo puede lograrse mediante un sistema de producción de alimentos guiado por principios agroecológicos sólidos.

por Francesco Sottile, miembro del Consejo de Slow Food y Profesor de Biodiversidad y Calidad en los Sistemas Alimentarios en la Universidad de Palermo

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