Menú para el cambio: París no es suficiente. Nos estamos quedando sin tiempo
02 Oct 2017

«Las leyes físicas no perdonan, no aguantan nuestras demoras. Si el enfermo está grave hemos de intervenir, de lo contrario el enfermo muere. En la coyuntura actual podemos proceder para aliviar los síntomas, pero ya no podemos sanarlo. Hubiéramos debido hacerlo hace 30 años, pero no lo hemos hecho. Estamos en presencia de la mayor emergencia que la humanidad haya jamás debido de afrontar, pero nadie actúa con conciencia clara de la gravedad del asunto».
Un mensaje bien claro éste de Luca Mercalli, presidente de la Sociedad Meteorológica Italiana y divulgador científico, conocido por sus columnas periodísticas y sus libros (de entre ellos señalamos Il mio orto tra cielo e terra). Nos hemos citado con él para debatir sobre la gravedad de la situación que estamos experimentando.
Una cosa es cierta, no hay mucho tiempo que perder. Por esta misma razón Slow Food lanza Menú para el cambio, la primera campaña de comunicación y recaudación de fondos internacional, que evidencia la relación entre producción alimentaria y cambio climático. Hay cambios evidentes –prosigue Luca Mercalli- pero por el momento aún son manejables: los glaciares de los Alpes se han reducido a la mitad en un siglo, el nivel del mar ha subido 20 cm durante el mismo período, vivimos olas de calor inéditas en Europa, como los 40 grados en la llanura Padana. En cascada, cada uno de estos fenómenos provoca alteraciones en los ecosistemas, como por ejemplo la presencia de parásitos antes inexistentes que ponen en dificultad nuestra agricultura, o la proliferación de insectos que se encuentran con mejores condiciones. Algunos de ellos, como el mosquito tigre, son portadores de enfermedades para los seres humanos en Italia. Sequías, ciclones e inundaciones, sucesos que han existido siempre, pero no a esta escala e intensidad. El verdadero peligro es el vertiginoso aumento de la temperatura, un fenómeno que se ha acelerado en los últimos 30 años. Para tomar algún tipo de medidas nos queda tiempo solo hasta 2020.
Antes de todo lo previsto en el acuerdo de París
«Un acuerdo que llega tarde y que es demasiado débil; en mí jamás ha suscitado un gran entusiasmo. Pocas acciones concretas para afrontar un problema que, desde el punto de vista físico, necesita de actuaciones inmediatas. En el momento de su firma sabíamos ya que no garantizaría la necesaria contención del aumento de la temperatura en dos grados para 2100: al ser un acuerdo voluntario los firmantes han propuesto soluciones individuales. Sumando todas las propuestas se alcanzaba una contención de 2,7 grados». Pero como ocurre con frecuencia, los acuerdos internacionales, de no ser incumplidos, son lentos en su implementación: «Cuando fue ratificado –abril de 2016- aún no influía en el devenir de las gentes, si bien debería haber dado pie a alternativas que afectaran a la vida de todos, como incentivos para las energías renovables y desincentivos en el uso de la economía fósil».
En este escenario irrumpe Donald Trump, que se desentiende del acuerdo
«Y emperora la situación con una pésima labor de comunicación global: a la gravedad política del no reconocimiento del acuerdo, viene a añadir el mensaje de que el cambio climático es un bulo. Una operación que desacredita a la ciencia y a otros gobiernos. Mi impresión es que nos estamos acercando cada vez más a un punto de no retorno. En estos momentos no veo las condiciones necesarias para conseguir en tres años un mundo que sin demora se encauce hacia la meta con opciones incisivas. Veo intentos de mantener esta llama viva en los países europeos, aun en el Vaticano del Papa Francisco, que tratarán de convencer a Estados Unidos para no retirarse. Pero el problema de fondo es que no tenemos tiempo. Se trata de una acción global que no puede ser dejada en manos de estados individuales».
¿Esta opción de Estados Unidos qué significado tiene en términos reales?
«Los 2 grados de contención térmica para 2100 previstos en la carta, y los 2,7 conseguidos con el acuerdo de París, habrían de ser 3 con la salida de Estados Unidos. A esto hay que añadir no pocos problemas en el frente económico. Si EE.UU. se queda fuera de los acuerdos de París, y por tanto respecto de las decisiones sobre el uso de energía fósil, la economía mundial está siendo desestabilizada: si quiero hacer negocios y tengo una fábrica contaminante, iré a construirla en EE.UU, tal y como ocurrió antes con China». Estamos presenciando la sexta extinción masiva de la historia de la Tierra sin hacer nada, sin siquiera tratar de reconvertir nuestro sistema energético y productivo. Hacemos caso omiso e ignoramos que el área de alto riesgo de sequía pasará del 19 al 35% en 2070, que el número de hambrientos crecerá en varios millones en pocos años, que en 2050 se prevé que en América Latina la mitad de los terrenos agrícolas se vea afectada por la desertificación y la salinización, y así sucesivamente. Nos encontramos en peores condiciones que en los últimos momentos sobre el Titanic: no solo estamos bailando, sino que además hacemos bromas del tipo “si aumentan las temperaturas gastaremos menos en calefacción”: «Este es uno de los motivos que me llevan a pensar que no nos libraremos sin pagar un elevado precio en cuanto a las consecuencias. Tenemos un cerebrito demasiado pequeño en comparación con el gigantesco daño que estamos provocando. Cuando nos demos cuenta de la complejidad y dimensión del problema será demasiado tarde. No estamos preparados, listos para imaginar alternativas: con toda la información que ha circulado en los últimos 30 años sobre estos temas estas frases no deberían oírse. Y además está la incapacidad para ver el futuro: estamos inmóviles en el aquí y el ahora, y podemos llegar a pensar que al fin y al cabo tampoco está mal algo más de calor en el invierno. Lástima que no consideremos que si no nieva lo suficiente la consecuencia es la falta de agua en el verano. Y el problema es que esto solo es el aperitivo. Ahora nos lamentamos por 10 días de calor al año; cuando sean 3 meses a 50 grados nuestra vida estará también en peligro, la llanura Padana ya no será cultivable, estaremos como en Pakistán. Y no hablamos de eras geológicas, sino a partir de 2050. Para entendernos, quien hoy tenga 10 años vivirá esta catástrofe en pleno: nuestros hijos, nuestros nietos».
Aun así existen países virtuosos…
«Los escandinavos y Alemania, los únicos que cuentan con modelos de educación, reflexión sobre el tema ambiental e incluso respuestas concretas, aunque no resolutivas. La canciller Angela Merkel está luchando mucho; en el Norte temen que parásitos resultantes del aumento de las temperaturas puedan atacar sus bosques, fuente de riqueza. Las variaciones demasiado rápidas en la naturaleza no son toleradas, siempre causan muertes, a largo plazo se pueden metabolizar, a corto, un siglo, producen más inconvenientes que ventajas. En Italia el medio ambiente es considerado como un argumento de serie B, no figura políticamente. Es un problema porque entonces falta toda una serie de actuaciones coherentes. Existen muchas pequeñas iniciativas válidas, pero no una visión de conjunto. En nuestra política los aspectos prioritarios no son los del medio ambiente, sino los de la economía: para salvar a los bancos vénetos mediante un procedimiento de urgencia, votado de noche, se ha requerido de los italianos un sacrificio de 5.000 millones. Casi todos, bajo la presión de la quiebra económica, hemos inclinado la cabeza. Existe un ley de defensa del suelo agrícola, es decir, aquel necesario para producir nuestra alimentación, que yace en el parlamento desde hace cinco años. ¿Qué era más importante, la quiebra de los bancos o el hecho de que no tendremos más terreno agrícola para nuestros hijos? ¿Qué decreto era prioritario? Se trata de una colosal disonancia cognitiva: gana todo aquello relacionado con la economía, se tolera cualquier cosa mientras que los elementos físicos fundamentales, que nos permiten la vida en este planeta, se consideran secundarios. Prevalece una economía dominada por las finanzas y los sistemas tradicionales».
¿Qué podemos hacer los ciudadanos?
«La green economy nos ofrece muchas respuestas, pero los ciudadanos, al ver, quizás, que la política ignora el problema, tampoco lo consideran prioritario. Basta con ver las dificultades para organizar una recogida de desperdicios diferenciada, para lo que se busca cualquier tipo de coartada cuando se trata de algo sencillísimo. Después están las iniciativas más complicadas, como aquellas relacionadas con la energía renovable o los transportes. Hay que hacer todo lo posible en la búsqueda de cualquier tipo de ahorro de energía y conversión de la parte que se consume en renovable. Esto es cuanto han decidido los suizos en un referendum reciente que establece el plan energético hasta 2050. Contempla la reducción del uso de energía, sobriedad energética, conversión en fuentes de energía renovables –hidroeléctrica, solar- y clausura de las centrales nucleares. Finalmente, aunque no menos importante, la alimentación. Si entre el 20 y el 25% de las emisiones globales proceden del sector agroalimentario, una cuota importante, es evidente que nuestras costumbres alimentarias influyen sobre el clima y sobre el medio ambiente. A la hora de la compra optemos por el bajo consumo de carne, que tiene el mayor peso en la producción de gas invernadero, optemos por comprar según las estaciones y, en la medida de lo posible, alimentos de proximidad».
¿Existe una agricultura que beneficia el ambiente?
«Sí, claro que existe, pero no debemos hacernos ilusiones, hemos ido demasiado lejos. La agricultura se ha convertido en una causa de cambio climático y de contaminaciones varias (no olvidemos toda la parte de la química de síntesis para los fitofármacos) simplemente porque ha devenido en una máquina al servicio de un mundo que supera la capacidad de carga: para satisfacer el estilo de vida actual usamos más de una Tierra y media, es decir, estamos quemando el capital natural de las generaciones futuras. Claro que existe una agricultura sostenible, hay modelos de agroecología, de agricultura de conservación, pero mi opinión es que, desafortunadamente, ya hemos tensado demasiado la cuerda con 7.500 millones de personas, y qué pasará cuando, según recientes estimaciones de la ONU, en 2050 seamos 9.800 millones? Admito que puedan existir lugares y situaciones en el mundo donde hemos de defender a cualquier precio una agricultura de proximidad, artesanal, sostenible, lo más compatible posible con los valores que hemos citado, pero me cuesta trabajo creer que estas formas de agricultura consigan alimentar a una megaciudad de 20 millones de personas». Nosotros añadimos que evitando el despilfarro alimentario a lo largo de la cadena y, sobre todo, a través de nuestro consumo, podemos echar al medio ambiente una buena mano.
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