Las políticas comerciales de Europa socavan sus promesas ecológicas

07 Abr 2025

En muchos aspectos, la Unión Europea ha liderado el camino en políticas verdes y agrícolas, pero los alimentos siguen atrapados en un sistema de comercio global impulsado por el lucro. A diferencia de otros bienes, los alimentos son esenciales para la vida y un derecho humano, sin embargo, las reglas comerciales los tratan como una mercancía más, lo que socava a los agricultores, erosiona la sostenibilidad y alimenta el control corporativo.

Iniciativas como el Pacto Verde y De la Granja a la Mesa prometieron un cambio, pero los intereses económicos mantienen la sostenibilidad bajo control. Las recientes protestas de agricultores expusieron fallas profundas en el sistema, pero la conclusión ha sido un falso dilema: que las políticas verdes y los medios de vida de los agricultores son incompatibles. Este mito, recientemente rechazado por la Comisión Europea en la Visión para la Agricultura y la Alimentación, y desde hace tiempo cuestionado por Slow Food, desvía la atención del verdadero problema: un modelo económico que obliga a los agricultores a adoptar prácticas agrícolas que no respetan los límites planetarios.

Mientras tanto, los acuerdos comerciales siguen priorizando las cadenas corporativas por encima de la soberanía alimentaria y la protección del medio ambiente. ¿El resultado? Importaciones baratas, colapso de los mercados locales y una destrucción ecológica cada vez mayor. Si la UE realmente desea un sistema alimentario justo y sostenible, debe dejar de tratar los alimentos como una mercancía más y empezar a reescribir las reglas del comercio alimentario global.

La Realidad de los Agricultores: un Sistema que Juega en su Contra

En los últimos años, el mundo ha sido testigo de múltiples protestas de agricultores en distintas partes del planeta. Ante el aumento de los costos, la competencia desleal y un mercado manipulado a favor de la agroindustria a gran escala, salieron a las calles para exigir un ingreso digno. Su indignación estaba justificada.

Los agricultores, tanto en Europa como en otras regiones, deberían poder producir alimentos que sean buenos para las personas y la naturaleza, sin verse perjudicados por productos que no cumplen con esos estándares. Actualmente, el comercio de alimentos permite que estos compitan únicamente por precio, ignorando su verdadero costo ambiental y social. Para los agricultores de la UE, esto significa:

  • Las importaciones baratas sacan del mercado a los agricultores sostenibles, haciendo inviable la agricultura responsable.

  • El precio, y no la calidad, determina lo que encontramos en los estantes, dejando a los consumidores con alimentos producidos bajo estándares ambientales débiles.

  • La agricultura europea depende de subvenciones, en lugar de precios justos que recompensen la producción sostenible.

  • La agricultura local y sostenible lucha por sobrevivir, mientras la agroindustria a gran escala prospera.

Los ciudadanos merecen acceso a alimentos que beneficien su salud, sus comunidades y el planeta. Las políticas comerciales deben reflejar esta realidad, asegurando que la calidad, la sostenibilidad y la equidad—y no solo el precio—moldeen el futuro de la agricultura.

La injusticia prospera

Las consecuencias de estas políticas se extienden mucho más allá de las fronteras europeas.

«La producción industrial de alimentos, practicada en gran medida en el Norte Global, se basa en actividades altamente extractivas en el Sur Global y alimenta la crisis climática mediante el uso intensivo de pesticidas, grandes monocultivos y enormes granjas industriales», comenta Edward Mukiibi, presidente de Slow Food.

En América Latina, la demanda de soya barata para alimentar al ganado europeo está impulsando la deforestación a un ritmo alarmante. Solo en Brasil, la deforestación en el Cerrado aumentó un 43 %, superando a la Amazonía como el principal foco de destrucción forestal del país. A nivel global, la producción de soya, carne de res y aceite de palma es responsable del 60 % de la deforestación tropical. La soya también está en el centro de graves conflictos por la tierra. «Un estudio realizado en 2023 muestra que al menos 500 fincas de soya se superponen con territorios indígenas. Estamos hablando de más de 75 mil hectáreas de superposición, un área equivalente a países como Singapur o Baréin», lamenta Mukiibi.

Mientras tanto, los agricultores de África y Asia luchan por competir con las exportaciones europeas subvencionadas de productos lácteos y cereales, que hunden la producción local y atrapan economías enteras en ciclos de dependencia.

Los países de África Occidental, por ejemplo, han visto colapsar sus industrias lácteas debido a que la leche en polvo —fuertemente subvencionada por la UE— se vierte en sus mercados a precios que los productores locales no pueden igualar. En Burkina Faso y Senegal, los productores lácteos que antes prosperaban ahora ven cómo sus mercados se desmoronan. En Ghana, las importaciones baratas de pollo desde Europa han socavado los precios locales, dificultando la competencia de los pequeños agricultores.

Al mismo tiempo, agroempresas con sede en la UE continúan obteniendo ganancias mediante la exportación de pesticidas y productos químicos prohibidos en Europa hacia países del Sur Global. Solo en 2022, se enviaron más de 80,000 toneladas de estos pesticidas peligrosos a naciones donde no existen regulaciones que limiten su uso, dañando los ecosistemas y exponiendo a millones de personas a sustancias tóxicas que se sabe causan cáncer y daños neurológicos. La hipocresía es asombrosa: los mismos químicos tóxicos considerados perjudiciales para la salud y destructivos para la biodiversidad en Europa están envenenando a los trabajadores agrícolas y la naturaleza en el Sur Global.

Reescribiendo las reglas del juego

¿La buena noticia? No tenemos que aceptar este sistema. Podemos reescribir las reglas. Eso implica repensar qué, cómo y por qué comerciamos con alimentos en primer lugar.

Imaginemos un sistema comercial que realmente priorice la agricultura sostenible, los salarios justos y la salud ecológica. En lugar de inundar Europa con alimentos baratos y producidos de forma industrial que perjudican a los pequeños agricultores, deberíamos asegurar que todos los productos vendidos en la UE cumplan con las mismas normas medioambientales que los producidos localmente. La protección europea de la agrobiodiversidad podría fortalecerse, ya que los agricultores que trabajan de forma agroecológica no se verían perjudicados, fomentando aún más una transición generalizada.

Las llamadas “medidas espejo”, o requisitos de importación, serían un primer paso para equilibrar las condiciones, evitando la competencia desleal y empujando a la agricultura global hacia prácticas más sostenibles. Y en lugar de apoyar acuerdos comerciales perjudiciales como el tratado UE-Mercosur —que recompensa la deforestación y las prácticas laborales poco éticas— deberíamos respaldar políticas que promuevan sistemas alimentarios regionales y la agroecología.

Sistemas alimentarios más justos son posibles

Arreglar este sistema injusto requiere un cambio fundamental en la política comercial, uno que priorice la soberanía alimentaria, la sostenibilidad y la justicia.

Los pasos clave incluyen:

  • Implementar “medidas espejo”: Todas las importaciones deben cumplir con los mismos estándares de producción que los productos de la UE, evitando la competencia desleal y desincentivando las prácticas agrícolas destructivas para el medio ambiente en el extranjero.

  • Prohibir la exportación de pesticidas peligrosos: La UE debe dejar de permitir que las empresas obtengan ganancias de productos químicos tóxicos que son demasiado peligrosos para sus propios ecosistemas y ciudadanos.

  • Fortalecer la responsabilidad corporativa: Los requisitos de debida diligencia deben garantizar que las agroempresas sean responsables de los abusos laborales y la destrucción ambiental dentro de sus cadenas de suministro.

  • Invertir en sistemas alimentarios locales y regionales: Las políticas de contratación pública deben priorizar la agricultura agroecológica y las cadenas de suministro cortas por encima de las redes alimentarias globalizadas de las grandes corporaciones.

La política comercial es más que solo economía, se trata de poder, justicia y del tipo de mundo que queremos construir. La UE tiene la oportunidad de liderar con el ejemplo, pero solo si alinea sus reglas comerciales con sus compromisos climáticos y sociales.

La pregunta no es si podemos permitirnos cambiar. Es si podemos permitirnos no hacerlo.

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