La experiencia inolvidable de una delegada argentina en Italia
16 Nov 2022
Septiembre fue un mes soñado para quienes integramos Slow Food. El encuentro de miles de personas en el festival Terra Madre, con el lema “Regeneracción”, fue nuestro mundial de la gastronomía.
Me gusta la vida lenta. Puede que tenga que ver con mis genes, mis papás nacieron en una provincia tranquila, de hablar pausado y respetar los ciclos del sol.
Me gusta pensar antes de hablar, tal vez sea la razón por la que prefiero escribir: cuando conecto corazón y cerebro, las palabras fluyen mejor en el teclado. Por eso me tomé mi tiempo para bajar algo de lo que vivimos en Terra Madre 2022 como parte de un balance de este año increíble que ya se termina. Es que pasó como un huracán de emociones y estímulos, tanto que ahora dudo si fue real. ¿Cómo es posible que gente de tantos rincones del mundo conectemos en cosas tan similares?
El estado de ebullición de pensamientos aun persiste y es probable que me haya transformado. No se puede pasar por una experiencia así, sin que eso deje una huella.
Antes que nada, me presento. Mi nombre es Karina Ocampo. Pertenezco a una comunidad de Slow Food Argentina que se llama Cocina Soberana. Ingresé en 2017 gracias a la invitación de Perla Herro, una cocinera, activista y referente local que fue pionera del movimiento en mi país. Había tenido la oportunidad de escuchar en una conferencia al fundador de Slow Food, Carlo Petrini, y conocer su filosofía. Entonces supe qué significaba que los alimentos fueran limpios, sanos y justos, algo que coincidía con el concepto de Soberanía Alimentaria en el que yo había empezado a formarme como periodista a través de la Cátedra de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Tenía lógica sumarme a esta fuerza presente en 160 países, y participar de eventos que integraran la política y la gastronomía.
“Un gastronómico que no es ecologista es un estúpido”, había dicho Petrini en aquella visita. Sin ningún eufemismo, el activista italiano estaba dando en el centro de la cuestión. No alcanzaba con desear un cambio, había que trabajar desde adentro para que comer bien no fuera una costumbre elitista, sino un derecho humano ganado. En Argentina el hambre se ve a diario, con una pobreza que alcanza casi el 50%. A pesar de tener una región extensa, el modelo agroexportador ha cambiado su paisaje incorporando hace más de tres décadas monocultivos dependientes de agrotóxicos.
Entre 2019 y 2020 viajé por el norte argentino, Bolivia, Perú y México para escribir un libro sobre la actualidad y la tradición del maíz que aun se mantiene a pesar del avance del agronegocio. Mi trayecto hubiera sido muy diferente sin la soberanía alimentaria como principio y sin el movimiento Slow Food como guía. Ambos fueron fundamentales porque me marcaron una agenda y una red de personas para entrevistar. Apenas llegué a Bolivia, María Julia Gimenez ya tenía pautado un recorrido y contactos que facilitaron mi investigación. También en Perú y México recibí muestras de generosidad, el libro fue una construcción colectiva. La ruta del maíz es un homenaje a los productores, a los guardianes de semillas, a las familias y comunidades que le dedican la vida a proteger lo más sagrado, que es la tierra a la que pertenecemos.
En las alturas de Huchuy Qosqo.
Cuando me postulé para participar en el Terra Madre lo hice sin demasiadas expectativas, la idea de estar en un evento tan lejano, de conocer Italia y su maravillosa cultura permanecían en una nebulosa. A veces los sueños más locos se cumplen. En eso pensé cuando recibí el correo con la invitación. No solo iba a viajar como delegada, también tenía que dar una charla para presentar la experiencia del libro. Para eso conté con la ayuda de mis compañeros de Cocina Soberana, que celebraron mi viaje como si fuera propio. De alguna manera lo era.
Después de meses de espera y de un largo vuelo, ahí estaba yo, frente a un espacio inmenso rodeado de torres de fábricas, un día soleado, en el Parco Dora, privilegiada testigo de un encuentro de culturas diversas, con el objetivo de compartir saberes para después dispersarlos como semillas.
SEMILLAS, UNA PALABRA CLAVE
Desde la organización nos habían pedido que lleváramos semillas, cereales y frutos para una exhibición. Busqué algunas de nuestro albergue de Semillas del Museo del Hambre (el hambre solo en un museo). Mi imaginación, que es bastante desbocada, no había previsto la fiesta de biodiversidad que encontraría sobre las mesas, en medio del predio. Avellanas y piñones de Chile, frijoles de Nigeria y de Kenia, Cañahua de Bolivia, maíz de México y de Brasil, y alimentos de nombres impronunciables eran solo muestras de la abundancia que vi, toda desplegada en una feliz anarquía. Literalmente lloré al observar la cantidad de zapallos dispuestos como en una instalación de arte, hasta ese momento conocia unas cinco variedades y ahí habría más de cincuenta. Verdes, anaranjados, lisos, rugosos, con forma de nave o de hongo, eran la prueba más contundente de cómo el mercado determina lo que podemos comer.
El último día, cuando nos permitieron tomar las que quisiéramos, el intercambio fue de una intensidad abrumadora. Creo que el espíritu rebelde se apoderó de nosotros, con alegría y en paz, algunos desafiamos las legislaciones nacionales al guardar esas semillas. Soy de las que piensan que esa es la mejor manera de asegurar su adaptación y supervivencia.
FERIA PARA LOS SENTIDOS
Caminar por los pasillos era la gloria, resultaba demasiado fácil perderse entre los aromas y sabores y caer en el pecado de la gula. Me propuse probar lo que pudiera soportar mi estómago vegetariano. Quesos de Ucrania, empanadas dulces de Austria, café de Cuba, vino de la bodega Rubinelli Vajol, una papa rellena de queso, hongos y vegetales, un manjar tanto para la vista como para el paladar. ¿De dónde provenían esos vegetales? ¿Cómo habían crecido esas papas cremosas? En cada uno de esos lugares se podía hacer el camino inverso hacia su origen. Más que nunca comprendí qué importante era saber que esos alimentos eran buenos, limpios y justos, que no habían causado sufrimiento, que nadie había muerto para producirlos.
Como periodista, accedí al café más rico del mundo por la mañana. Como una de las 3000 delegadas, podía ir al espacio reservado para los almuerzos y cenas, en donde los invitados elegíamos entre variedad de platos, sopas, ensaladas y postres, para después compartir el momento con otros representantes de Bolivia, Kenia o Colombia. Natural y sabrosa, la comida es tan necesaria como placentera, nos conecta con nuestra parte más animal, tal vez por eso nos gusta compartir el momento con otras personas. Hay algo de la pertenencia a la comunidad que se despierta en nosotros. Lamenté perderme algunas comidas, pero el deber me llamaba, había charlas demasiado imperdibles al mismo tiempo, dentro y fuera del predio.
Semillas y más semillas.
Nunca me cansé de recorrer la feria, me encontraba en un estado de fascinación exaltada. Necesitaba que mi costado hedonista fuera satisfecho, y que mi curiosidad permanente se llenara de ideas. Vi el despliegue teatral de los filipinos para hacer tragos, los voluntarios me invitaron a adivinar sonidos de animales, a sacarme fotos con carteles en favor de los derechos de la naturaleza. Había un sector de plantas aromáticas, uno de pantallas 360° para crear una sensación inmersiva con paisajes y personas, con música y algunas frases. Llegar de un lugar a otro requería de paciencia, no solo por la cantidad de stands, también por la gente, las filas interminables, el espacio gastronómico repleto de gente con ansias de aprender, degustar, adquirir, absorber cada experiencia con todos sus sentidos. Mi amiga Gloria San Miguel, que es una magnífica cocinera venezolana, me contó lo que sucedía dentro de esas cocinas, el corazón del evento. Ahí los cocineros de distintos países elaboraban comidas y tragos, se intercambiaban recetas, surgían invitaciones, amistades y tal vez amores interculturales.
Un niño se divierte frente a las pantallas que muestran imágenes del mundo.
Mención aparte para la sección destinada a los productos de cada región italiana. Pude degustar de la Toscana sus quesos y vinos, fue lo más cerca que estuve de tocar la perfección y un anticipo de lo que vendría después: conocer uno de los lugares más soñados del planeta, no solo por sus paisajes de película sino por su biodiversidad.
PRESENTACIÓN DE LA RUTA DEL MAÍZ
Mi charla se iba a desarrollar en la sala Gino Strada Arena. Cuando la visité, sentí que era demasiado amplia, ¿cómo haría para atraer al público cuando tantas cosas pasaban al mismo tiempo en otros lugares? Suelo estar del lado de las que escuchan, preguntan y escriben, el libro me obligó a salir de esa zona de confort. Encomendé mi voz y mi espíritu a algo más grande que mi propia individualidad y me propuse transmitir lo que había vivenciado durante el viaje.
Hablé del trabajo de las comunidades de Huayanca, en Bolivia, y Huchuy Qosqo, en Perú, sobre lo fundamental de mantener las tradiciones y la importancia del maíz, frente a los tratados internacionales diseñados por empresas multinacionales. Para muchas culturas el maíz es la base de su alimentación: tortillas mexicanas, maíz tostado, chicha andina, todo hace a su identidad, las semillas se convierten en una especie de familia a la que se debe cuidar y honrar como a los ancestros.
Las campañas “Bolivia libre de transgénicos” o “Sin maíz no hay país” de México, demuestran la resistencia de ciudadanos y pueblos originarios a adoptar cultivos transgénicos y biotecnología que destruye ecosistemas, la movilización de una sociedad que entiende que la única forma de supervivencia es la protección de aquello que garantiza la salud y la vida. “Donde el maíz es alimento, vida, sacralidad y resistencia” fue el título de la charla en la que no solo conté mi viaje sino algo de la terrible situación que Argentina atraviesa por causa del saqueo de nuestros bienes naturales como parte del extractivismo del Norte sobre nuestro Sur Global.
Grupo intercultural en el espacio activista
PRIMER ENCUENTRO DE MUJERES Y REGENERACIÓN DE LA TIERRA
La propuesta llegó a través de uno de los tantos grupos de Whatsapp de Slow Food: se iba a realizar el primer encuentro de mujeres dentro del movimiento y necesitaban colaboradoras. Así nos reunimos y pudimos ponernos de acuerdo en plantear cuáles serían las preguntas que usaríamos como disparadores para incentivar a la charla y observar los principales problemas, diferenciados por idiomas y por región. Fue alentador comprobar cómo tantas mujeres en poco tiempo podíamos armar una conexión tan poderosa. Como pasa en los encuentros de mujeres, pudimos sentir esa fuerza interna que nos surge de las entrañas, en donde somos cuidadoras de la vida, de las semillas, de los hijos, de la Tierra. A ese primer paso le queda un trayecto más largo que implica caminar hacia las soluciones, no tengo dudas de que la red se ha fortalecido en este sentido.
Una de las últimas charlas, “Mujeres y Tierra: desafíos, problemas, recursos”, que se desarrolló en el Parco Dora, fue un foro que nos permitió expresarnos y escuchar a representantes de varios continentes. Al frente, mujeres fuertes y empoderadas contaron sus experiencias, a ellas nos sumamos quienes estábamos entre el público. Si hay una coincidencia en nuestras denuncias, es contra la violencia patriarcal que nos oprime desde la cultura machista que intentamos romper para lograr sociedades más justas y equilibradas. La falta de derechos de las mujeres tanto en ciudades como en ámbitos rurales; la dificultad para lograr el acceso a la tierra, al estudio; el trabajo del hogar no reconocido ni remunerado; el abuso contra nuestros cuerpos y territorios, los desplazamientos obligados por el extractivismo y los conflictos políticos, que deterioran nuestro sentimiento de pertenencia, son algunos de los principales problemas a los que estamos expuestas. Es por eso que escuchar las historias de mujeres palestinas, chilenas, mexicanas o nigerianas que le hacen frente todos los días, que lograron estudiar y ocupar roles importantes dentro de sus comunidades, nos da valor y genera algo cercano a la fe. El ecofeminismo ha llegado para quedarse, para que entendamos que no estamos solas, que lo que sentimos se replica y tiene una respuesta de sororidad y amor.
Charla Mujeres y Tierra: desafíos, problemas, recursos.
TRADICIÓN ITALIANA, CORAZONES DE TODOS LADOS
Si hay algo que se puede destacar del Terra Madre, es su organización y diversidad. Que tenga un nuevo presidente africano, Edie Mukiibi, que en el equipo se le dé importancia al rol de las mujeres y las comunidades indígenas, con Dali Nolasco Cruz, que cada continente esté representado con personas que trabajan con el conocimiento de las problemáticas de cada región; hacen la diferencia. Porque se preserva el legado de Carlo Petrini, y a la vez se renueva la mirada y los recursos para enfrentar los desafíos que impone el cambio climático a nuestro sistema alimentario.
La regeneración es urgente, por eso la propuesta es hacernos responsables a través de la regeneracción. Tenemos aun la oportunidad por delante y es imprescindible que seamos más quienes nos sumemos a multipicar acciones que nos vuelvan a a conectar con la tierra. El Terra Madre nos permitió saber lo que sucedía en otras regiones pero no nos podemos conformar con el diagnóstico. No podemos dejar en manos de las empresas la decisión de cómo queremos vivir, porque es lo que nos está llevando hasta este abismo.
El equipo organizador de Slow Food International junto con su fundador, Carlo Petrini.
Michael Moss, Raj Patel, Rupa Marya y Bela Gil. Foto: Slow Food.
La desigualdad propia del capitalismo se ha incrementado en épocas de pandemia. Nuestra crisis no es solo climática y económica, se trata de una crisis de valores. La indiferencia globalizada, el individualismo, la sensación de irrealidad que nos da la pantalla: hambre, incendios, desastres que no son naturales, violencia institucional, extractivismo. Se necesita algo más de empatía para abordarlos y, por sobre todo, acciones concretas. Algo de eso hablaron los referentes de SF en la conferencia inaugural desde distintos ángulos. También fue decisiva la charla en la que participaron el economista y best seller Raj Patel y la doctora Rupa Marya, entre otros, que nos invitaron a formar parte del movimiento que se propone, en paralelo, sanar la tierra y nuestros cuerpos. Considero importante el término de “inflamación” según el cual nuestros organismos sufren ese proceso por consumo de ultraprocesados, miedo, estrés, y medicación que solo atiende los síntomas y no el origen de las enfermedades. Ellos proponen descolonializar saberes e implementar un paradigma holístico: una medicina profunda que podría sanarnos de manera colectiva.
Tan grande fue el impacto de estas charlas que pedí entrevistar a Raj Patel, algo que conseguí gracias a la intervención de Alessia Pautaso y Paola Nano, del equipo de comunicación, que también nos mantuvieron informadas de lo más importante del evento. El resultado de la entrevista puede leerse en ElDiarioAr de Argentina.
Un especial agradecimiento a Caio Dorigon que trabajó incansablemente y fue el nexo con la organización ante las consulta, que fueron muchas. También a Chiara Davicco, a quien habíamos conocido en 2018 durante su visita a la Argentina y que allá nos demostró su calidez humana y profesionalismo. A Andrea Amato por su hospitalidad, a Daniel Cruse, que realizó la presentación de mi charla, a los traductores, los 600 voluntarios y todas las personas que contribuyeron para ser, en palabras de Eduardo Galeano, “ un mar de mil fueguitos”.
El Terra Madre me ha dejado una gran fogata dentro, tengo la certeza de que somos muchas más de las que pensaba, las personas que queremos cambiar realidades a través del sistema alimentario. Por más difícil que parezca, no queda opción más que intentarlo una y otra vez. Se trata de encontrarnos, unir fuerzas y saberes, abordar los problemas de manera interdisciplinaria, escuchar a quienes nos precedieron, a las comunidades originarias y el sonido de la Naturaleza: de ahí proviene la fuente de sabiduría.
Deseo de corazón que 2023 sea un año de más amor y conciencia, que sigamos promoviendo el respeto por nuestra tierra y la libertad de nuestros cuerpos, territorios y semillas.
Que la Biodiversidad se multiplique y nos movilice.
Karina Ocampo
Ig @slowfoodarg
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