Historias para celebrar 30 años de trabajo. El viaje de Igor Stojanovic: integración y activismo político a través de la comida
22 Nov 2019
Slow Food es más que una forma de pensar sobre la comida: es un movimiento internacional plenamente desarrollado que apoya los esfuerzos de los productores, los agricultores, los activistas, los chefs, las organizaciones y las personas de todo el mundo que protegen la comida buena, limpia y justa. Desde la fundación del Manifiesto de Slow Food en 1989, la organización se ha dedicado a la esencia de su cometido: salvaguardar y conectar diferentes tradiciones culinarias, su historia y las personas que las respaldan.
En 2018, se inició el proyecto «Recetas para el diálogo: Alimentos e historias para el multiculturalismo y la integración» dentro de una serie de actividades de Slow Food destinadas a facilitar la interacción entre diferentes grupos de personas. Este proyecto, que más tarde se convirtió en un libro, se realizó con el apoyo de Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo, en asociación con la Región de Piamonte, la Ciudad de Turín, organizaciones de la sociedad civil (LVIA, Renken y Colibrì) y asociaciones y eventos relacionados con grupos de la diáspora (Panafricando y ASBARL). Noventa personas de 30 países diferentes participaron en el proyecto compartiendo técnicas y conocimientos gastronómicos, así como sus historias personales sobre migración y sobre el poder transformador de los alimentos.
El evento es solo un ejemplo de cómo la comida puede transmitir un fuerte mensaje político: los ingredientes y las recetas han viajado por todo el mundo durante cientos de años y muchos productos que ahora consideramos típicos de un lugar concreto en realidad fueron importados por los seres humanos. Así pues, está claro que la alimentación y la migración están estrechamente vinculadas. Sin embargo, a diferencia de las personas, la comida tropieza con menos barreras, por eso se puede convertir en un modo natural para entablar el diálogo y promover el intercambio cultural. Una de las historias más emblemáticas entre los testimonios que se recogieron en este proyecto es, sin duda, la de Igor Stojanovic: la vida de este cocinero serbio romaní con sede en Italia es un ejemplo tangible de cómo se pueden utilizar los alimentos como una herramienta política eficaz para acabar con las barreras culturales y construir puentes hacia la integración.
«Mi familia vino a Italia por razones políticas cuando tenía seis años. Al principio vivíamos en un campamento de romaníes, pero gracias a la red de contactos de mi padre, pudimos irnos poco después. Del mismo modo que el activismo político de mi padre en Yugoslavia me permitió profundizar mi comprensión de la realidad vinculada a los flujos migratorios de extranjeros, las habilidades de mi madre y mi abuela en la cocina activaron mi creatividad culinaria. Este camino dual es probablemente lo que me llevó a ser cocinero y mediador cultural de una organización benéfica local que protege los derechos de los romaníes y los sinti».
Como sucede con muchos tipos de cocina, la romaní evoca un viaje: es una expresión culinaria de un pueblo nómada que se formó a través de India, Medio Oriente y finalmente Europa, enriqueciéndose por el camino. Es difícil definir la esencia principal de esta cocina, ya que ha sido reelaborada a partir de muchas tradiciones gastronómicas diferentes a lo largo del tiempo. Debido a la dispersión geográfica y la división de la población romaní en diferentes grupos, no podemos referirnos a una cocina singular, sino a varios enfoques romaníes diferentes de la comida, cada uno con sus propias tradiciones culinarias y platos de autor.
En la cuarta edición del Festival Internacional de Cocina Mediterránea que se celebró en Turín el pasado mes de septiembre, Igor explicó que sería imposible que su historia personal no estuviera influenciada por los ideales de Slow Food, que además de estar relacionados entre ellos, reúnen aspectos sociales, políticos y ambientales de la alimentación, así como sus implicaciones.
«Al igual que muchos otros jóvenes, antes de conocer realmente Slow Food prestaba menos atención al origen de los productos que ponía sobre la mesa y era descuidado cuando leía las etiquetas de los ingredientes y la información sobre su procedencia. Gracias a algunos profesores del instituto, comencé prestar atención en la calidad de la comida que se ofrecía en la cantina (la cafetería de la escuela). A partir de ese momento, comprendí claramente que el origen culinario al que pertenecía estaba naturalmente relacionado con la importancia de la comida buena, limpia y justa».
A medida que ha ido creciendo su interés por los principios de Slow Food, Igor los ha ido incorporando a su vida diaria y a sus relaciones apoyando a los agricultores, por ejemplo, o difundiendo la filosofía de Slow Food entre los miembros de su comunidad.
«A nivel local, mi activismo consiste en apoyar a los agricultores y artesanos locales, en lugar de las grandes multinacionales que explotan la mano de obra agrícola y pagan mal su trabajo. Por eso prefiero pagar más por lo que como, por el bien colectivo, por el medio ambiente. Más allá de mi familia, trato de transmitir la filosofía de la comida buena, limpia y justa a mi comunidad romaní serbia. Trato de evocar nuestra gastronomía con comida de temporada y local. Mi objetivo es organizar talleres en el interior de los campos de romanís para transmitirles cuán de importante es el consumo de comida buena y saludable para todos». Para obtener más información sobre el proyecto «Recetas para el diálogo», visita: https://www.slowfood.com/migrant-stories/
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Este año estamos celebrando los 30 años de la firma del Manifiesto de Slow Food, un momento que marcó un antes un después en la historia de la organización. Para conmemorar la ocasión, hemos iniciado la campaña internacional 30 años del Manifiesto de Slow Food: nuestra comida, nuestro planeta, nuestro futuro, que celebra nuestra historia y mira hacia el futuro del planeta.
Por eso estamos compartiendo una selección de iniciativas de nuestra red en todo el mundo que promueven la comida buena, limpia y justa para todo el mundo. Contribuir a los proyectos de Slow Food significa ayudar a implementar actividades que apoyen a las comunidades locales, proteger la biodiversidad y procurar que el acceso a los alimentos sea un derecho garantizado para todos.
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