¡Defendámonos con las etiquetas!
18 Jun 2015

Actualmente, el Brasil es el segundo país del mundo productor de OGMs – alrededor de los 80% del maíz y la soja producidos en el territorio nacional son transgénicos – y, en los últimos años, ha sido el país que más «creció» en esta área. Hasta finales de abril, los consumidores podrían contar con un sistema de etiquetado muy innovador, que permitía identificar los alimentos que contenían transgénicos, de una forma sencilla y clara, con una T (transgénico) en el envase. Sin embargo, a finales de abril, la Cámara de Diputados aprobó un proyecto de ley- el PLC 34/2015 – que ahora se presentará al Senado.
Es por esta razón que el Slow Food Brasil, con la ayuda de Slow Food Internacional, decidió publicar un manifiesto para recordar que la posición de nuestra asociación está en contra de los alimentos transgénicos y ha puesto en marcha un grupo de trabajo específico sobre el tema. Este año, la Fiesta Junina, tradicionalmente dedicada a la celebración de la vida rural, tendrá como tema la libertad de los OGMs.
En seguida, se puede leer el texto del manifiesto elaborado por la red de Slow Food Brasil. «La red Slow Food se posiciona internacionalmente contra la siembra comercial y el consumo de alimentos genéticamente modificados, los alimentos transgénicos. Más que eso, el movimiento está a favor del derecho a elegir, del derecho a la información fácil y el acceso a productos alternativos. Por lo tanto, se manifiesta públicamente y con vehemencia contra el proyecto de ley (PL) 4.148/2008, elaborado por el Diputado Federal Luiz Carlos Heinze (PP/RS).
En la legislación vigente, los alimentos que contengan ingredientes genéticamente modificados están obligados a registrar en su embalaje la especie donante y presentar una etiqueta de identificación: el triángulo amarillo con la letra T. Es una señalización clara que informa. Este etiquetado es necesario porque saber si un producto contiene ingredientes transgénicos o no es un derecho garantizado por el Código de Defensa del Consumidor. La agricultura transgénica es tóxica para el medio ambiente y son muchos quienes temen sus efectos potenciales sobre la salud humana. Sin embargo, a pesar de los ya conocidos efectos nocivos de los plaguicidas -comúnmente utilizados en el cultivo de OGM-, no existe todavía consenso respecto de la seguridad de consumir alimentos transgénicos. Sin la etiqueta amarilla, es más difícil que el consumidor esté seguro de lo que contiene la mayoría de los productos alimenticios disponibles en el mercado.
El proyecto de ley, aprobado a finales de abril por la Cámara de Diputados, no obliga a este etiquetado, y ahora va al Senado como PLC 34/2015. El texto trata de que, si la modificación genética se detecta en cantidades superiores a 1%, la frase ‘contiene transgénicos’ deberá figurar en el envase, aunque no requiera un mayor énfasis en la presencia de estos organismos. El texto continúa permitiendo que los alimentos que están libres de transgénicos destaquen esta característica en su etiquetado, sin embargo, requiere la prueba de la total ausencia de estos organismos por análisis específicas, que dificulta el ejercicio de ese derecho por los agricultores familiares y pequeños productores, que tendrían que pagar para poder utilizar la expresión. Actualmente, el Brasil es el segundo mayor productor de alimentos transgénicos en el mundo. Más de la mitad del territorio nacional destinado a agricultura utiliza este tipo de tecnología, y aproximadamente 80% del maíz y de la soja producidos en el país son transgénicos – dato que hace aún más relevante la necesidad de esta identificación y el estudio de la aplicabilidad de la agroecología en gran escala.
Slow Food Internacional y Slow Food Brasil defienden el etiquetado obligatorio de cualquier producto que contenga organismos genéticamente modificados en su composición, así como carne y productos lácteos procedentes de animales que han sido alimentados con ración elaborada con transgénicos, dando así la opción al consumidor. Los alimentos son modificados genéticamente para resistir a ciertos tipos de herbicidas (tolerando baños químicos que matarían una planta ‘común’) e insectos (que mueren por el insecticida expulsado de la propia planta) y cuyos vestigios permanecen en los alimentos y son ingeridos por el consumidor final. Además, muchas veces la producción de granos genéticamente modificados sirve de alimento para animales (domésticos y de cría) y esto perjudica su salud. Quitar la información de etiquetado no beneficia al consumidor en cualquier instancia. No solo estamos retrocediendo con este cambio en la ley, como nos quedamos contra el resto del mundo. La pregunta que se queda es: ¿La legislación está siendo cambiada para el mejor interés de quién?».
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