Crisis Internacional: el efecto mariposa en nuestras mesas

15 Mar 2022

¿Podría suceder que el conflicto que ha estallado en Ucrania genere una revuelta del pan en Egipto?

Desgraciadamente sí, se están dando las condiciones para que esto suceda. Justo después de la pandemia, el estallido de la guerra en Ucrania, tan desconcertante, inesperada y de ningún modo justificable, hace que de nuevo nos sintamos impotentes y superados por circunstancias que están fuera de nuestro control.

De una manera totalmente ligada, esto nos lleva a ajustar cuentas con consecuencias negativas del denominado «efecto mariposa». Así, las consecuencias de un evento dramático localizado en un área geográfica específica, a veces se pueden manifestar en otras inesperadas áreas del planeta que se encuentren más alejadas, suponiendo el comienzo de crisis graves y duraderas.   

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Digo esto refiriéndome concretamente al sector agroalimentario, consciente de un triste hecho real: los conflictos y el hambre son fenómenos profundamente ligados, al darse uno el otro le sigue casi de manera natural. Nos lo confirman las primeras informaciones del World Food Programme que nos llegan desde Ucrania, donde más de 3 millones de personas reciben actualmente ayuda alimentaria. Y lo demuestran también las preocupantes declaraciones de numerosos países africanos, de Oriente Medio y de la propia Europa que, por diversas razones, temen las repercusiones directas e indirectas que el conflicto tendrá sobre los precios y la oferta de alimentos.  

Yemen, por ejemplo, importa el 90% del alimento, 50% del cual es trigo procedente de Rusia y Ucrania. Para un país en el que la mitad de la población (15 millones de personas) ya vive en condiciones de inseguridad alimentaria, la guerra representa el empeoramiento de una situación que ya de por sí es trágica.

Egipto, que en su día fue un gran productor de trigo gracias a la fertilidad del Nilo, compra el 80% de este producto de Ucrania por culpa de la urbanización y la desertificación; así, en un territorio donde el pan siempre ha sido un bien políticamente controvertido (a pesar de recibir subsidios), se teme que el aumento de los precios de la materia prima cree inestabilidad económica y revueltas por parte de la población.

A su vez, Marruecos está atravesando la peor sequía de los últimos 30 años por culpa de la crisis climática; por ello, a medio plazo se verá obligado a traer de fuera muchos cereales, enfrentándose a costes más altos que los esperados a raíz del conflicto.

Por otro lado, el gobierno keniata se preocupa por el precio de los fertilizantes (Rusia se encuentra entre los principales proveedores a nivel mundial de este producto) que amenaza con llegar a estar por las nubes. Para los pequeños agricultores, unos precios más altos significan un menor uso de fertilizantes; lo que conlleva una menor cosecha y, por lo tanto, menos ingresos. Esto nos confirma de nuevo la necesidad de cambiar el rumbo hacia sistemas alimentarios sostenibles que devuelvan el poder a los agricultores y que produzcan utilizando aportaciones locales y renovables.  

En cuanto a Europa, hemos de reconocer que tampoco nuestros sistemas alimentarios se verán exentos de las consecuencias negativas procedentes del conflicto. De hecho, Ucrania es el cuarto proveedor de alimentos de la Unión Europea, mientras que Rusia suministra el 40% del gas utilizado para calentar los invernaderos donde cultivamos más de la mitad de las hortalizas que consumimos. Un aumento en los precios del gas podría conllevar no solo un aumento del precio de los alimentos, sino la quiebra de algunas explotaciones agrícolas y, por lo tanto, una disminución de la oferta.  

Así, justo después de la pandemia, este conflicto nos hará de nuevo rozar con nuestros propios dedos la vulnerabilidad y la injusticia de un sistema alimentario globalizado que responde solo a la ley del beneficio. Y mientras manifestamos solidaridad fraternal por el sufrimiento que atraviesa el pueblo ucraniano, así como por el ruso que se opone a las infames acciones de su propio gobernante, pido a las instituciones nacionales e internacionales que reflexionen seriamente sobre el deber moral de modificar el sistema actual, poniendo en el centro la soberanía alimentaria.

Porque el alimento jamás debe convertirse en un arma que aumenta los daños de un conflicto. El alimento debe ser solo y siempre un instrumento para defender la paz.  

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