Área Marina de Torre Guaceto, un laboratorio de biodiversidad
19 Dic 2017
Me llamo Marcello Longo y soy el presidente de la Cooperativa Emma (nacida como comunidad del alimento de Terra Madre y ahora trabajando en el área) de Torre Guaceto (Apulia), Consejero Nacional de la Fundación Slow Food para la Biodiversidad Onlus y de Slow Food Italia, repetidamente fiduciario del Convivium de Slow Food local.
Torre Guaceto toma su nombre de la palabra árabe gawsit, que quiere decir “lugar del agua dulce”, por este atributo en la época medieval la zona era bien conocida y apreciada por los sarracenos provenientes de Turquía, lugar de descanso y punto de partida para las repetidas incursiones tierra adentro. A fin de afrontar esta amenaza, a partir del siglo XVI los aragoneses construyeron una densa red costera de torres de observación que se comunicaban durante el día con señales de humo y de noche con señales de fuego. Hoy es un área marina protegida de 220 hectáreas donde varios entes trabajan en colaboración: Slow Food, los pescadores y el Consorcio de Torre Guaceto, formado por los municipios de Carovigno, Brindisi y el Wwf Italia. No ha sido nada fácil lograr estos resultados, pero el tiempo nos ha dado la razón.
El área está dividida en tres zonas, una reserva integral donde solo se autorizan investigaciones científicas y visitas guiadas; un área donde se permiten los baños y las visitas guiadas, y la zona donde se permiten actividades profesionales como la pesca artesanal. Precisamente para la gestión de la pesca se ha redactado un protocolo compartido con el Consorcio , los investigadores, Slow Food –con el Convivium Slow Food Alto Salento, del cual yo era fiduciario– y acordado con los pescadores. Como primera medida nos vimos obligados a reclamar una parada de la pesca durante cinco años: teníamos que favorecer la regeneración de las poblaciones ícticas, una decisión que, ciertamente, no cosechó un gran éxito entre los pescadores. A día de hoy, sin embargo, nadie quiere volver atrás. Es decir, han pasado los cinco años y afortunadamente hemos puesto en marcha la actividad de pesca experimental que ha dado vida al protocolo compartido: una salida a la semana y el uso de redes de enmalle, tipo trasmallo, de malla grande para un máximo de 1000 metros: hay que saber que los pesqueros extienden sus redes hasta 40.000 metros. Una curiosidad: la red utilizada es de 33 milímetros y, para que se hagan una idea, la UE obliga a un mínimo de 22 milímetros. Cuando Europa impuso mallas más grandes se originó una gran huelga mientras nuestros pescadores se reían por lo bajo: «aquí estamos con 33». Otro bello detalle de nuestros pescadores es que todas las mañanas esperan al investigador con sus operarios para medir los peces, una actividad de supervisión que nos permite modificar la actividad de pesca si fuera necesario. ¿El resultado de toda esta labor? La primera faena después de la parada fue épica; uno de los pescadores rompió a llorar porque no veía tantos pescados en las redes desde que era niño. En aquel momento conseguimos desarrollar la población íctica en un 400%: salir una vez a la reserva equivalía a hacerlo cuatro veces al mar abierto. Hoy la diferencia es de dos a tres veces.
El área A de la reserva es a su vez un auténtico vivero: las huevas son transportadas por las corrientes a lo largo del litoral adriático y jónico. En definitiva, garantizamos pescado para toda la región. Otro aspecto que nos colma de orgullo es el largo ciclo vital de los peces que viven en la reserva: se han pescado ejemplares de salmonete de 10 años y sargos de más de 30… Para la pesca del mújol hemos decidido esperar a octubre, una vez depositadas las huevas. De esta forma garantizamos la renovación de la población y una captura que los chefs de la zona se disputan, con un buen resultado económico también para los pescadores. Siempre para garantizar la sostenibilidad económica, hemos formado pescadores que se han convertido en instructores ambientales y ahora trabajan en escuelas o en el seno del área protegida.
Lo importante es que Torre Guaceto se ha convertido en un taller de biodiversidad y sostenibilidad: colabora con la Universidad de Ciencias Gastronómicas, está en estrecho contacto con Slow, que en el área impulsa numerosos proyectos.
Entre estos últimos el nacimiento del aceite biológico de la reserva, el “Oro del Parco”: todos los campesinos que trabajaban en agricultura intensiva y recogían las aceitunas de la tierra, ahora, gracias a la ayuda de Slow Food, han reconvertido la producción en biológica. La reserva cuenta además con dos Baluartes Slow Food: el primer Baluarte dedicado a la pesca artesanal y el tomate fiaschetto de Torre Guaceto, un proyecto que funciona y es rentable. Tratamos de introducir nuevos productos cada año, y en el actual hemos implicado a un muchacho de 30 años que trabajaba de cocinero y que ha querido devenir agricultor. Ahora, cerca del 40% de las hectáreas cultivables son bio. ¿El clima cambia? Nosotros también lo padecemos. Nos hemos visto obligados a afrontar una invasión de anjovas que llegaron a medir 50/70 cm (cuando en Turquía se batalla para obtener un aumento de la talla mínima del pez lüfer, justamente la anjova, hoy en 14 cm). Son grandes predadores y pueden poner en peligro los equilibrios de la reserva. Debemos pescarlos… y ya tenemos in mente cómo transformar esta crisis en oportunidades». Naturalmente.
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